domingo, 6 de mayo de 2012

Mi refugio

 Sección: Lavar y Marcar (1)

Mati se mueve de un lado para otro con el andar característico de  una danzarina alegre que va enredando con sus movimientos a cada una de sus clientas. Y es que ella siempre tiene la cualidad de hacerte sentir diferente. Es igual que te tome nota, te ponga el tinte o te haga las manos. Lleva en su manera de hacer un movimiento armónico que nos embelesa a todos.

Los silloncitos de la entrada del local tienen una disposición estratégica desde la cual puede verse la peluquería al completo. Aquí, cómodamente sentada en mi  butaca de teatro, vivo una de las escenas cotidianas de la semana que más me gustan.

Hace  más de dos años  que soy asidua de este local lleno de bullicio y  algarabía. Llegué un día tormentoso en el que mi pelo encrespado se escapaba  bajo el gorro de lluvia. No era muy aficionada a ir de peluquerías, entonces prefería ganar tiempo haciéndome los arreglillos en casa, pero la imagen de una cabeza de medusa enloquecida en el espejo del escaparate de una tienda, me llevó a entregarme a la primera persona que apareciera con un secador de pelo en la mano.

Y así fue como caí en este remanso de féminas, gineceo de princesas de la calle en el que de vez en cuando asoma un varón despistado, esposo, hijo,  amigo, de alguna conocida clienta que suele marcharse con mucho más que un “recorte” de pelo. Desde entonces no he faltado un solo miércoles a mi terapia. Y es que aquel que traspasa el dintel de la puerta de Mati sabe como entra, pero no cómo va a salir.


Hoy creo que tengo que esperar. Hay mucha más gente que un día normal ya que mañana es festivo. Mientras tanto, me dispongo a tomar toda la energía que desprende este lugar. Mi peluquería es mi centro de psicología en el que desde el momento en el que aparezco empieza la terapia.

La primera penetración es el olor a champús y cremas que te sumergen de lleno en el entorno. Después, su sonido: voces y risas al fondo del sonido de  los secadores; y finalmente, su claridad, hay una gran cristalera que da a la calle con unos estores tamizando la luz directa. A partir de ese momento me dejo llevar por la fuerza de mis sentidos… No hay familia, ni trabajo, ni problemas. Fluyo…

                                                                                                                         Violeta Abad

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