Ya nos lo decía Heráclito, ese extraordinario filósofo
que según Heidegguer, no enseñaba doctrina pero daba qué pensar; pues decía, que
lo contrapuesto concuerda y que de la
discordancia nace la más bella armonía. Y me inclino humildemente ante el lacónico
griego por regalarnos este principio universal del que deduzco que, el mundo es
un enorme oxímoron.
Lingüísticamente, un oxímoron es una expresión que
contiene dos conceptos de significado contrario. Por ejemplo: “ verdad relativa”,
“ libertad condicional”, “calma tensa”… Sin embargo, lo más grande es que,
lejos de ser una figura lingüística, responde a una realidad: situaciones
opuestas dando lugar a una nueva...
Y todo esto se cumple cuando observamos que el
universo es un todo que nace de la nada, que la estructura de nuestro sistema
planetario se sustenta en algo que no existe, o que lo que aparentemente
intuimos sólido, contiene una gran parte
de vacío. Materia y vacío para formar la totalidad.
Si fuéramos capaces de comprender, al menos aceptar,
esta prodigiosa simbiosis de la disparidad, podríamos, tal vez, vivir con más
soltura. Y digo “tal vez”, porque parece que nuestra mente aún no está
preparada para entender esta combinación de contrarios. Sin embargo, admitir
lo que para nosotros no deja de ser una abstracción, nos llevaría a abrir
campos de comprensión y por tanto, a
crecer.
Por ejemplo, un
tremendo error es creer en la permanencia de nuestra realidad. El ser humano lleva el estigma de la
certidumbre, desde los firmes razonamientos de la ciencia, hasta la vida cotidiana. Una trampa que nos encierra dentro de una cúpula de seguridad, en la
cual nuestra existencia se nos presenta
sólida, y cuando en ella se demuestra la falsedad de nuestro planteamiento,
caemos en la oscuridad.
Abrirse al
mundo desde lo irreconciliable, nos llevaría a la tolerancia, también a comprender la inconsistencia
de la vida y a afirmar que no hay más certeza que el instante en que
vivimos, idea cruel pero intensa, si somos capaces de disfrutarla con la
convicción del que no posee más que el presente para vivir. A partir de ahí
viene todo lo demás. Derribando las nociones de solidez y permanencia, damos el
salto al vacío, y el vacío es eternidad.
Por medio de la mezcla de los contrarios accedemos al
cambio, lo que significa avanzar, pues nada en sí mismo es absoluto, aunque nuestra
mente se agarre a una estabilidad que se sustente en la nada. Creer en el
oxímoron obliga a nuestro raciocinio a cimbrear sobre el concepto, a caracolear
entre el sí y el no, porque la vida es un puro baile que anhelamos disfrutar al
margen de lo que pueda ocurrir mas allá de nuestros pies, unos pies que fueran capaces de danzar entre la dicha y la adversidad en
aras de conseguir el equilibrio personal.
V. Abad
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