lunes, 17 de agosto de 2015

Falacias Filosóficas



                                                                                     
Me enseñó la misma filosofía a depender de mi propio sentir más que de los juicios de otros, y a cuidar, no tanto de andar en las lenguas maldicientes, cuanto de no decir ni hacer yo mismo algo malo”

                           G. Pico Della Mirandola



               
Hace unos días, recibí un airado comentario en el post titulado: “Yo soy filósofo”, post de los más visitados, en el que un parado aporta su singular opinión sobre los problemas de la vida. Como tal comentario, además de ser anónimo, era una sentencia que no dejaba lugar a réplica sobre lo que es filosofía y lo que no lo es, me he permitido borrarlo (*), pues en mi entorno prefiero que permanezca lo discursivo, lo constructivo y el buen rollito. Sin embargo, esta es una buena ocasión para hacer una exposición, que no ensayo, como seguramente diría el irascible desconocido, acerca de lo que  es filosofía para mí.

El hecho de que una persona se levante por la mañana para hacer el acto de subir la persiana de su ventana, y sienta la libertad de decidir lo que va a hacer en cada instante, es ya una cuestión filosófica, porque potencialmente,  tendría la capacidad de reflexionar sobre el origen de su decisiones, basadas seguramente en unas creencias que fueron incorporadas en algún momento de su trayectoria personal. De todo ello, también existirán unas consecuencias que marcarán el rumbo y el sentido de su vida. Claro que todo esto parece que se hace mecánicamente, pero siempre hay una primera vez que marca esa mecánica de su pensamiento y un juicio que los pueda reforzar, modificar o eliminar.

Resulta que mis convicciones son, que cualquiera puede practicar la mayéutica sin conocer el significado de esta palabra ni saber quién era Sócrates, lo mismo que se puede experimentar la angustia y el existencialismo desconociendo autores tan relevantes como Kierkegaard o  Unamuno; y lo verdaderamente importante es contarle a esas personas que han tenido las mismas experiencias que aquellos gloriosos filósofos porque, al final, todos tenemos procesos parecidos ya que la esencia del ser humano siempre es la misma. Es una manera práctica y amable de acercar un conocimiento un tanto árido a la gente de a pié, igual que lo hizo Sócrates en las plazas y en los mercados.

Parece ser que con esta forma de hacer, resulta difícil especificar dónde se encuentran los límites de lo que es filosofar, pudiéndose caer, tal vez,  en el error de la “filosofía del todo”, un saco llenos de cosas a las que se les llama filosofía: “falacia gratamente acogedora para otorgarse un título”, en palabras del fatuo comentarista. Pues bien, a mí también me gustaría hablar de la falacia del que se siente con la autoridad de decir a los demás quién es filósofo y quién no lo es.

Bien es verdad que el discurso de las personas corrientes con respecto al de las ilustradas puede parecer mucho más banal, dado que no se cuenta con las nociones del lenguaje o conocimiento de las que dispondría un erudito, pero eso no les excluye del acceso a ese trocito de sabiduría cotidiana, toda vez que aplica su particular cosmovisión de la vida.

En situaciones cotidianas se puede uno preguntar sobre la felicidad, el mal o la muerte, con la misma trascendentalidad que Santa Teresa descubría a Dios en los pucheros, sin necesidad de tratar estas cuestiones desde atestadas bibliotecas u oscuros despachos académicos, en los que el pensador narcisista (claro que, afortunadamente no todos) estructura atalayas mentales que le hacen sentirse distinto, por el mero hecho de dirimir problemas que se podrían tratar con la misma naturalidad desde entornos corrientes. La diferencia entre él y yo sería que “corriente” significa para mí “natural”, mientras que para él representaría lo vulgar, enemigo acérrimo del excelso pensar.

Comprendo que  para el esforzado dios del Olimpo filosófico, mi posición pueda ser anatema, teniendo en cuenta lo esenciales que pueden ser sus interminables disquisiciones, las cuales se debatirían en foros endogámicos lejos de lo ordinario (sinónimo de “bruto” para él, “habitual” para mi) siendo así que yo me preguntaría entonces ¿para qué la filosofía?

¿De qué me sirve que domines el concepto, si vas a  mantener una actitud altiva en la creencia de que eres superior? Si el hecho de autodenominarse filósofo significa enrocarse y dar recitales a los que no lo son ¿dónde residirá el vínculo del saber mutuo?

El error del filósofo narcisista reside en que, creyéndose tocado por la varita de la inteligencia para explorar, que no descubrir, los enigmas de la naturaleza, se enreda en análisis puristas sobre lo que está dentro o fuera de lo filosófico, buscando la verdad para poner etiquetas y no para construir. Recordaré lo que se supone simboliza la palabra filosofía: amor a la sabiduría.

Querido anónimo podrían no interesarte las vivencias de este blog, también me podrías negar un título, pero nunca sabrás del pensamiento y sentimiento de respeto que guardamos hacia la filosofía el conductor de la fila del paro y yo, así que gracias por tus palabras que me han llevado a profundizar sobre mi inconmensurable amor al saber, ese que tu autosuficiencia te ha impedido comprender.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     V. Abad


(*) Ante la insistencia de los lectores de este blog de querer ampliar la información para comprender mejor el contenido de este post, me veo obligada a transcribir literalmente las palabras del comentarista anónimo por medio de las cuales queda retratado:

“Parece escrito por alguien que no sabe un carajo de filosofía. Tan sólo un par de conocimientos rudimentarios de manual que todo el mundo maneja, y luego, se dan a conocer como "filósofos" y peor aún, para desprestigio de las personas que realmente son filósofos, llaman 'filosofía' a cualquier cosa que escriben, justificándose, obstinados, en un:"Es que la filosofía es todo". Falacia gratamente acogedora para otorgarse un titulo”.