viernes, 29 de junio de 2012

Sin Dios


Si no hay Dios, somos producto del azar y de las leyes de la naturaleza, que nada tienen que ver con una inteligencia creadora. Estamos formados de polvo cósmico,  somos estrellas, como dice Carl Sagan.

Si no hay Dios, no tengo que darle cuentas ni a él, ni a sus ministros. No existen leyes divinas, y sí, las de la naturaleza. Tampoco justicia divina, sino la terrenal. No está el ojo celestial vigilante; temor de Dios a cambio de respeto a uno mismo y a la humanidad.

Si no hay Dios, no existe más responsable de lo que me pase que yo mismo. No tengo que rendirle cuentas a Él, pero tampoco puedo pedírselas. Estoy sujeto a las leyes que yo he creado con mis hechos.

 Si no hay Dios, ¿a quién pedir? ¿para qué rezar?

Si no hay dios, desaparecen palabras como  culpa, pecado o penitencia.

Si no hay Dios, no soy especial, ya que no puedo compartir mi ser esencial con una divinidad. Soy simplemente un ser humano.

Si no hay Dios, tampoco hay amor de Dios, por tanto nadie nos cuidará y tan solo nos protegerán nuestros propios actos. 

Si no hay Dios, se me niega la cualidad de tener un alma inmortal. No hay Dios, no hay alma no hay eternidad. He de abandonar la idea de un más allá y aceptar el mundo tal como es: caduco y contingente.

Si no hay Dios, no existe su espíritu, de modo que nos vemos abocados a buscar la espiritualidad en el fondo del corazón de los hombres.

Si no hay Dios, tengo que dejar de buscar la felicidad fuera de mí y bucear en la plenitud de mi ser.

Si no hay Dios, habré de  tomar las riendas de mi propia existencia y saber que estoy solo frente al bien y el  mal.

                                                                                                        V.  Abad

martes, 26 de junio de 2012

Nuestros chicos

                                                                          


                               Sección Lavar y Marcar (8)


Suelo venir a la peluquería los miércoles, pero hoy he acudido el jueves, pues ayer fue festivo. El miércoles siempre me ha gustado desde jovencita, porque está justo en la mitad de la semana. Además, me gusta fantasear con la idea de que ese día me salen todas las cosas bien. Por la misma razón lo escogí como jornada de terapia, claro que también me cuadraba con las actividades de las niñas, que son las que mandan en mi ocio y mi tiempo libre.

Es curioso cómo cambia el ambiente, aunque la alegre actividad sea la misma, las personas y las conversaciones son distintas. Si no fuera por la amable familiaridad de Mati, yo me sentiría rara. En mi peluquería cada día se cocina una inconfundible tarta con distintos ingredientes pero igual de apetitosa. El problema es que no me gustan las combinaciones.

Por ejemplo, hoy trabaja Ángela, una empleada que viene de apoyo jueves y fines de semana. La conozco poco, ni siquiera sé si tiene mote, pero si tuviera que ponérselo yo, la llamaría “la muda”, porque puede estar contigo todas las horas del mundo, que no abre la boca para decirte algo. Como contrapartida tiene una bonita mirada oceánica, de las que yo digo que parecen abarcar el infinito. Es una mujer que me resulta muy extraña.

Al entrar he reparado en que había sentado un hombre en la zona de lavado. Me incomodan bastante los hombres en los probadores de ropa y en las peluquerías. Soy muy pudorosa y no me gusta que me imaginen desvistiéndome detrás de una cortina, ni que me vean con los pelos pringados de mascarilla. Mati sabe esta peculiaridad mía, y suele ocultarme tras un gran biombo de mimbre habilitado para estos menesteres.

Por desgracia, a este establecimiento vienen más hombres de lo que a mí me gustaría. No son tan constantes como las mujeres, pero ahí están. Tenemos a David el hijo de una clienta que se prepara para bombero, gracias al cual, la pobre Yoli tiene que sujetarse el corazón con las dos manos cada vez que se ve obligada  a atenderle. Muchas veces, Mati la libera de sus labores, pues es consciente de lo traicioneras que pueden ser las hormonas, sobre todo cuando uno tiene entre sus manos un recipiente de cera caliente, ya que David también se depila.

Toño, es el camarero del bar que lleva la intendencia y nos provee de todo aquello que podemos necesitar. Cada dos por tres, le vemos asomar la cabeza por la puerta con la bandeja llena de cafés y bebidas. Le encanta venir a peinarse para que le coloquen una mini cresta que le hace más juvenil.

Luego está Carlos que es un ejecutivo mayorcito que odia las peluquerías de caballeros porque dice que “van a tiro hecho”. Prefiere las de mujeres, que son más estilosas y le remeten el cuello de la camisa hacia dentro cuando le van a lavar. !Manias!

También están los hijos de Mati, altos y hermosos ya emancipados, que se pasan a menudo para ver a su madre, y no salen si no han sufrido un buen repaso de pelo. Y ¿cómo no? tenemos a Anselmo cada día esperando a su mujer, para volver juntos a casa

Seguramente habrá más maridos, hijos, hermanos, primos, suegros de clientas que vienen a acicalarse pero, eso sí, ellos no guardan turno. Mati tiene la costumbre de atenderlos enseguida, no sé si por deferencia o por despacharlos cuanto antes, aunque algunos se resisten como es el caso de Paco.

-!Ay perla! –escucho una voz masculina con acento sureño- acaba de ponerme la ampolla que tengo que salir a fumar, tengo un mono que me muero. Es la voz del hombre que vi al entrar. Hay demasiado ruido en la peluquería por los secadores y por las voces de las clientas hablando a la vez.

-Pero Paco ¿todavía no has dejado de fumar? –le regaña Mati por encima de mi cabeza.

-No, ni el vino, ni las mujeres –le contesta él- antes morir que perder la vida…

– ZSSSSSSS, - el ruido del secador me impide seguir escuchando- Ahora se oyen risitas de las clientas.

-Tienes que tomártelo en serio  –le grita Mati desde mi lado, pues estamos lejos-, llevas ya una larga lista de sustos. No hay que tentar tanto a la suerte.


-No me eches sermones reina, que me estás dejando mal entre las señoritas –risitas de las “señoritas” que tienen una media de 60 años, entre ellas está la coronela-, y ya tengo bastante con los de mi hermana. Oigo la puerta cerrarse de golpe y más risitas.

Este hombre tiene que ser de fuera -pienso-, pero de fuera del mundo. Aunque no le he visto bien, dado su anticuado vocabulario, por lo menos tendrá ciento cincuenta años. No me extrañaría que llevara zapatos de rejilla.

De repente se abre la puerta de golpe – ¡coña que anda por aquí!  Me asomo por la rendija y veo que entra el tal Paco corriendo, mientras arroja el cigarro a la acera. Presa de curiosidad, saco la cabeza del biombo para ver mejor, y descubro por fin al responsable de  aquella voz:  un hombre de mediana edad, sumamente delgado, lleno de huesos, fibroso, moreno y alto.
 
-¡ Me cagoen …! Nena no le digas nada a mi hermana que me capa, -dice algo perturbado. Detrás aparece una figura femenina andando expeditivamente y entonces, lo comprendo todo. Paco es el famoso hermano de la jolines, y no lleva zapatos de rejilla.

                            
                                                                                                   V. Abad
                                                                                           

viernes, 22 de junio de 2012

El salto cuántico



Salto cuántico. En física: cuando un electrón salta de una órbita a otra sin recorrer el espacio entre las dos. En un sentido más amplio, un salto cuántico es un cambio de estatus –de un conjunto de circunstancias a otro- que ocurre de manera inmediata sin sucesos intermedios.






A menudo me cuesta distinguir la relación que existe entre los titulares que informan sobre economía, y mi vida personal. De hecho debe existir tal relación, ya que saltan las alarmas cada vez que se habla de cosas tan chocantes como, prima de riesgo, emisión de bonos, deuda soberana… confieso mi  ignorancia supina  a pesar de los grandes esfuerzos del señor  Abadía, al que le traslado mi agradecimiento, por hacernos comprender lo incomprensible.
Recuerdo, que siendo yo aún adolescente, me llamaban mucho la atención unos documentales que veía con mi padre, sobre un economista llamado Galbraith. Entonces, de manera intuitiva,  sí que encontraba un nexo de unión entre la economía y la sociedad.
Actualmente, las cosas han cambiado mucho, y en economía lo único que acierto a entender es que hemos creado un tremendo “alien”  mutante, fuera de control y al margen de la sociedad.
Cierto es que cada vez soy más pobre, porque me veo obligada a consumir menos y a comprar más barato; sin embargo, no encuentro los hilos que conectan la “alta economía” con mi monedero.
Y ¿qué pasaría si se condonaran las deudas de todo el mundo?, o  ¿si alguien conectara la máquina de hacer euros para pagarlas todas? ¿seríamos más ricos? ¿Se corresponde la deuda con las reservas de un país? Es más, ¿se corresponden los recursos naturales con esta parafernalia económica?
Tal vez un economista entendido podría pensar, con toda la razón, que soy una inepta,  pero por desgracia,  creo que a ellos también este zurriburri se les ha  ido de las manos y muchos, más que predecir,  vaticinan con el pulpo Paul en la bañera.
La  distancia que existe entre el poder económico y mi realidad, es la misma que guardo con los poderes políticos, o sea, abismal. Tanto es así, que estoy más cerca del niño que apadrino a  miles de kilómetros, que de la sucursal bancaria que tengo a unos pasos de mi casa.
A mí esto de la crisis me ha vuelto un poco cursi, porque más bien creo que estamos en un momento en el que nos han abandonado los valores, o nosotros a ellos. Todo sistema social lleva aparejado un sistema de valores que le hace funcionar, y cuando uno cae, inevitablemente, cae el otro. Es decir, ellos dotan de sentido a las sociedades; y esto, muy a pesar de filósofos como Nietzsche, él, que ni siquiera  pudo dejar clara la transvaloración que convertía al hombre, con la pérdida de los valores,  en Super Hombre.
Las consecuencias de todo ello es, que cada vez se distancian más los estamentos sociales, políticos y económicos de los elementos que los componen, creándose, a mi entender una forma de esquizofrenia y desorden social.
La conexión entre el niño de la foto que sonríe delante de un pozo recién construido y yo misma, guarda un valor añadido llamado solidaridad. Por eso sentía cercana la economía de Galbrahit, porque, al margen de ser competente o no, abogaba por las igualdades sociales, aspirando a un valor, que es el de la justicia. Igualmente, valores como la honestidad o la integridad, aproximan a las instituciones y a los políticos, al ciudadano.
Con todo lo dicho, tan sólo quería resolver el desasosiego  que me produce la desconexión entre mi realidad circundante y las estructuras que la sustentan, sabiendo que el salto cuántico entre una y otras se encuentra en el beneficioso ejercicio de los valores. Por eso es necesario que reflexionemos en la necesidad de aportar nuestro valor añadido a lo que hacemos cotidianamente, pues muchas veces las cosas más complejas se resuelven de la manera más sencilla.
                                                                                                                             V. Abad

domingo, 17 de junio de 2012

La desatendida del club


                           Sección Lavar y marcar (7)
  
                                                                                   
Cualquiera podría pensar que soy una descerebrada que se apega a la primera peluquera que encuentra en su vida; yo misma podría haberlo pensado también, de no haber conocido a Mati. Acudir a este centro a lo largo de dos años, ha significado para mí, algo así como hacer un máster especializado en ciencias de la vida.

Una vez a la semana, durante más de dos años, es decir unas 104 veces, si descontamos el período vacacional, he experimentado lo que significa aprender lejos de procesos mentales y mucho de piel.

Lentamente he ido mudando finas capas de dermis, preguntándome  si algunas vez llegará a su fin esta particular transformación,  porque Mati, se pasea cual bailarina en el escenario, con una bandeja llena de pensamientos, experiencias y emociones, que va tomando y soltando, al son de un instrumento de cuerda muy bien afinado. Por eso quiero compartir su danza  con ella y acompasarla con la mía, por eso escribo las crónicas de mi peluquería. 

Son ya más de dos años en las que he conocido un buen número de mujeres del círculo del mote, sabiendo bien que no son todas, porque la semana tiene 5 días y medio, para recibir a las notables protagonistas de este microcosmos tan auténtico. Y a pesar de mi identificación con ellas, advierto, no sin cierta extrañeza que, no he sido aún galardonada con ese sobrenombre que expresa quién y cómo soy para los demás. Quizá se esté fraguando mi apodo, al calor de las hogueras que encienden las viejas sabias del mini mundo del tocador. Quizá ya lo tenga, y se espera la hora sagrada del ritual. 

Me resultaría muy difícil participar en la elección de mi apodo  porque no es sencillo abarcar las características de uno mismo. Podría hacerme llamar la prudente, porque me controlo, o la discreta, porque no cuento chismes, o la mujer tranquila, porque no suelo enfadarme con los demás. Claro que también, la cobarde, porque no me echo para adelante, la pasota, porque no entro al trapo, la sumisa porque no suelo discutir, o simplemente la simple.

 Atendiendo a mi físico, estaría bien la mozuela, porque soy de las más jóvenes, la escurrida, porque estoy delgada, la ojazos, porque los tengo grandes y miro demasiado fijamente… ¡Dios sabe cómo me ven los demás! Lo cierto es que, al final, el mote casi siempre lo engloba todo y suele estar bien tirado.

Para Mati tengo un cuerpo elegante, mido algo menos que ella pero soy mucho más flaca. Le encanta cortar mi pelo castaño de forma desigual y peinarlo liso, de tal modo que me da un aire muy juvenil, ella dice que a lo francés. Y se encarga de fijármelo bien todas las semanas para que no se me encrespe los días de lluvia (ese es mi caballo de batalla).

Para permanecer más tiempo en la peluquería me hago las manos, la cara, la cera… incluso los pies a pesar de odiarlos cariñosamente porque me parecen demasiado largos y delgados. Mati no se cansa de repetir que son personales, y me anima a que me ponga sandalias. En realidad no suelo hacerle mucho caso porque siempre he vestido muy  sencilla, ahora sé que es para pasar desapercibida.

-¡Mira que guapos te los he dejado! –acaba de pintarme las uñas de los pies. -Ahora unas sandalias de cuentas de colores o lazos de tela te quedarían de lujo, en vez de esos zapatos de ursulina que te cuecen los pies –se refiere a mis mocasines de color beige claro.

-Es que tú eres muy pinturera -le contesto.

-Las cosas llamativas –me dice con una cómplice medio sonrisa- son las que desvían la mirada de lo que se quiere ocultar, y no las sin sustancias, como tú te crees. – bien por la Mati indirectamente directa.

A pesar de todo tiene la cualidad de hacerme sentir especial, así que espero con impaciencia y expectación la sagrada hora de mi bautismo.

                                                                                           Violeta Abad

miércoles, 13 de junio de 2012

La Unión hace la fuerza

Hoy he leído que un diario liberal-conservador alemán* alaba la disposición honesta y serena que tiene la sociedad española para resistir los delirios de grandeza de las clases políticas y de las elites a las que califica de “surrealistas”. Según este diario, la forma de soportar los envites de esta casta enfermiza es por medio de la agrupación familiar o de amistades.

Para un país  como el alemán, esta actitud encomiable debe resultar extraña, pues no es propia de los sajones, si bien no les es del todo desconocida ya que con la caída del muro de Berlín, la sociedad alemana se portó con la misma solidaridad que ahora ellos elogian.

Sin embargo, estas posturas son completamente normales en los países meridionales, donde miembros parentales suelen constituirse en fuertes núcleos que funcionan contra la adversidad. La familia aquí, es el primer pilar de este tipo de sociedades, entendiéndose como familia, cualquier persona que mantenga con el grupo, un fuerte vínculo afectivo, sea sanguíneo o no.

No está de más recordar, que hace unos cuantos años, cuando aún España se dolía de una lamentable posguerra, ascendientes y descendientes convivían en la misma casa. Y no faltaba el pariente lejano del pueblo o vecino, que alquilaba la habitación con derecho a cocina, quedándose para toda la vida al calor del hogar común.

Sorprendentemente y por circunstancias igual de deplorables, según vamos perdiendo estatus, nivel de vida, derechos, las familias españolas, nos vamos agrupando alrededor de un núcleo de fuerza compartiendo lo que cada cual pueda ofrecer.

Hace muy poco escuché en las noticias de la radio, que están llevándose a los abuelos de las residencias de ancianos, porque no se puede costear su estancia y también, para rentabilizar unas pensiones que en este momento son vitales en familias, donde el índice de paro es sumamente alto.

Al final los clanes familiares se ven obligados a enrocarse  frente a la perversión, el desvarío y zafiedad de esta clase política, que asociada al poder económico, está arrasando España. Abuelos, padres, hermanos, amigos, unidos como un solo individuo para resistir el envite de tanto dislate.

Mientras ellos mienten, malversan, manipulan, dictan leyes abusivas, merman derechos y sangran al ciudadano normal con una impunidad ignominiosa; los grupos familiares colaboran, comparten, participan, se apoyan…frente una adversidad cada vez más desastrosa.

Gracias señores políticos, banqueros, jueces, por provocar con su avaricia, sus desmanes, su codicia y su falta de ética, la reacción mejor, la más plausible, la más generosa, la más verdadera, la del pueblo llano, que arrima su hombro con y para el otro, en un alarde de íntegra superación y con un nivel de catadura moral, que ustedes no han conocido ni conocerán jamás.

* Frankfurter Allgemeine
                                                                                                        V. Abad

sábado, 9 de junio de 2012

Mentiras piadosas


Recientemente he vuelto a ver la película “La vida es bella” y no dejo de sentir sentimientos contradictorios en cuanto a su contenido. La historia, por todos bien conocida, es la de un padre italiano de ascendencia judía que queda confinado con su hijo en un campo de concentración nazi. Para provocar el menor impacto en el niño, este hombre inventa una fábula en el que ambos protagonizan un juego. El juego consiste en ir aumentando puntuación en base a unas reglas que se deben cumplir para conseguir un determinado número de puntos, los cuales, una vez conseguidos, se canjearan por un gran tanque blindado sobre el que montarán para salir de aquel lugar.

Durante toda la película, el espectador se debate entre la angustia y la risa por la versátil intervención del protagonista, donde se alterna la improvisación con lo cómico, sobre el trasfondo aterrador del holocausto ocurrido en la segunda guerra mundial. La moraleja es que, gracias a la inagotable inventiva del padre, el niño pudo vivir un cuento, en vez de vivir una historia de horror, evitándole así, un sufrimiento innecesario.

Del mismo modo, un año antes de fallecer, el famoso escritor Frank Kafka solventó una situación similar cuando paseaba por un parque. En él se encontró con una niña que lloraba amargamente por haber perdido su muñeca. Tanto desconsuelo impactó de tal modo al escritor que, para detener la aflicción de la criatura, comenzó a contarle la siguiente historia. La muñeca se había ido de viaje y esto lo sabía porque había recibido una carta de ella dándole la explicación. Ante la insistencia de la pequeña, Kafka le prometió que al día siguiente traería la carta y se la leería.  

Y así es como Franz Kafka se vio abocado a  escribir una carta en la que la muñeca aclaraba  las causas de su inusitada marcha. Pero no fue ni un día ni dos los que el novelista  escribiría una nueva misiva en nombre de la muñeca. Durante  semanas, el escritor fue narrándole  a la niña la actual vida de su amiga con todo detalle hasta que, para zanjar  la situación, le contó que era muy feliz ya que se iba a casar y por tanto no podría  escribirle más. Con este ingenioso acto, Kafka liberó a la pequeña del enorme disgusto de no volver a ver más a su muñeca.


Sirvan estos dos ejemplos como introducción para la siguiente reflexión. La mayoría de las veces los padres utilizamos este tipo de mentiras para evitar el sufrimiento de nuestros hijos; mentiras que por el inmenso amor que les profesamos,  solemos denominar “piadosas”. Sin embargo, me pregunto si realmente las mentiras piadosas son un verdadero acto de amor. Cualquiera me contestaría rotundamente que sí, en el caso del padre fabulador del holocausto, dada la evidente gravedad de la situación; opinión con la que yo estaría de acuerdo.

No obstante, los progenitores solemos inventar mentiras recurrentes del tipo de la muñeca de Kafka, por medio de las cuales intentamos aligerar la carga emocional de nuestros niños. Como consecuencia, este tipo de hechos, engendra la mayoría de las veces, individuos débiles, con un techo muy bajo hacia la frustración. Por eso es necesario que meditemos sobre la conveniencia de aprender a discernir entre mentiras. Dónde termina la mentira inocente y dónde comienza la nociva.

Recuerdo a una amiga que dejaba hacer lo que le venía en gana al niño, diciendo ante mi estupefacción: “déjalo que ya tendrá tiempo de sufrir”. Cerca de dos décadas después, no puedo ni hablar de las consecuencias de esta medida.

Nuestro hijo, tarde o temprano tendrá que vérselas con sus carencias, con sus apegos, con sus limitaciones. Probablemente, a pesar de la empática actitud de  Kafka, la niña de la muñeca, habrá tenido la ocasión a lo largo de su vida de enfrentarse a la pérdida. Por eso, entiendo que las mentiras piadosas sólo se pueden aplicar, cuando el niño no tiene la suficiente edad para afrontar ciertos hechos. Por eso también, es importante que los padres sepamos, cuándo es el tiempo de dejar que nuestro hijo se enfrente a sus demonios sin compasión, ya que  muchas veces les creamos castillos que se derrumban con ellos dentro.

Y yo me pregunto con los tiempos tan duros que corren, ¿alguien sabe qué hacer con nuestros niños de ahora? Estos niños que han nacido con las consolas y crecido con toda una alta gama de tecnología en sus manos. Que han disfrutado de vacaciones y entienden de marcas, que han viajado fuera de España en sus viajes de estudios. A esos jóvenes  que empiezan unas carreras con un futuro incierto, ¿tendríamos que decirles que somos más pobres? y ¿hasta cuánto de pobres?

Hace poco, vi un estudio de una  televisión americana, en el que los padres colocaban al pié del árbol, como regalo de navidad, un plátano. El propósito era estudiar la reacción del niño. Lógicamente la mayoría mostraba incredulidad, pero cuando la situación se alargaba, los críos pasaban del enfado  a la ira. Las niñas mostraban mejor capacidad de reacción, pero la respuesta en general era de rechazo hacia el regalo y en algunos casos, pegaban a sus padres.

Por eso, yo me pregunto ¿qué hacemos con estos niños que han disfrutado de un tipo de vida que vamos perdiendo a marchas forzadas? ¿Tendríamos que contarle una historia absolutamente irreal como el padre del holocausto nazi, o intentar reconvertirle la realidad como hizo Kafka? ¿Les mentimos piadosamente para que no sufran, o les mentimos para que no nos peguen?

 Mi opinión es decirles simplemente la verdad por dos razones, la primera es que los niños tienen una gran capacidad para admitir la verdad, si se le plantea con naturalidad; y la segunda...  no sé si como dice el Evangelio, la verdad nos hace libres, lo que sí creo es que nos fortalece.



                                                                                                                          V. Abad



martes, 5 de junio de 2012

Mi querida Bruja

                           Sección Lavar y marcar (6)



Mi salón de belleza no es un establecimiento de los que abundan en este momento. Hace tiempo que proliferaron las franquicias con personal que va rotando de modo que, si te gusta un día cómo te han dejado, pues despídete de volver a repetir. El trato que se suele dar en estos comercios es más impersonal ya que, la movilidad y la volatilidad laboral hacen que el propio empleado no se comprometa demasiado con su trabajo.

Por el contrario, mi peluquería es un recinto en el que una gran profesional le da un carácter seguro y atemporal. Dentro de ella, cada persona aporta su propio valor  originándose un grupo que conforma ese universo singular. Todo esto se debe a que mi peluquera, es un ser con un concepto muy elevado de integridad y un nivel de compromiso personal que proyecta con generosa naturalidad.

Mati se enfada cuando le piden ofertas de sus servicios porque ella sabe muy bien a quién tiene que cobrar, cómo y qué.

-  ¿Qué te crees que esto es Marco Aladín? –contesta encasquillándose cuando se siente irritada. - ¡No pienso llenar mi cristalera de pegatinas con precios! Su manera de estar en su local es su manera de ser en la propia vida, no cambia en nada tanto si está dentro, como fuera de él.

Ella sabe que soy una viciosa de los libros, aunque  yo no me definiría como una lectora, sino como observadora de libros, porque no recuerdo los autores, los títulos, los nombres… sin embargo, absorbo e integro totalmente su contenido por medio de mi capacidad de observación. Y cuando le cuento esto,  me contesta que ella es una lectora de vidas. Que su peluquería es un gran libro vivo en el que circulan cientos de personajes. Mi querida Mati es una sabia analfabeta.

Cuando la miro, me pregunto ¿Por qué llevará esas pintas? ¿Por qué se empeña en mantener ese “look” estrafalario? Y a veces parece que me lee el pensamiento porque me responde espontáneamente, y me digo una vez más para mis adentros, -¡si será bruja!

- Quizá Miriam tu no aún no lo comprendas, pero cuando cumples 50 años y te vuelves invisible,  te ves obligada a estar “fuera de mercado” y es cuando te liberas. Yo hace mucho que cumplí los 50 y hace mucho que me siento liberada, es algo que  no cambiaría por nada. Y me lo dice sin pestañear con una soltura sin igual, mesándose unos cabellos tintados de mechas rosas.

Mi querida bruja, - me vuelvo a decir fascinada - cuánto aprendo de ti, eres mi libro vivo, como bien dices tú. Y lo mejor de todo es que lo sabes de sobra.

                                                                                                      V.  Abad