lunes, 26 de mayo de 2014

Culpable de solemnidad


-Buenos días ¿puedo entrar? – Pregunta tímidamente una señora mayor a una funcionaria de la Administración.

-Sí pase, ¿dígame? Buenos días

-Mire, quería saber cómo va el pago de una subvención que tengo pendiente con ustedes, es que me hace mucha falta.

-La funcionaria de mediana edad se arma de valor una vez más para preguntarle sus datos, deseando que no sea otra de las muchas personas a las que tiene que negarle la ayuda.

-Por favor me da su número de carnet de identidad…

-La empleada comprueba con frustración que sus sospechas son confirmadas.

–Pues tengo que darle una noticia - le dice dubitativa- vamos a archivarle la subvención porque no hay presupuesto.

La señora lleva ropa barata con cierta elegancia. Detrás de sus arrugas aparece un rostro juvenil con un corte a la francesa que le da un aspecto moderno.

–¡Ah! No. –Responde con gesto adolescente poniéndose la mano en la mejilla- no me diga, pero… ¿cómo es eso?

-Verá, está la cosa muy mal y no tenemos fondos para hacer los pagos.

-Pero estaba aprobado y me abonaron la primera parte, no lo comprendo.

-Ya –contesta la empleada desde la relativa seguridad que le da su puesto fijo y la fragilidad que le supone un sueldo cada vez más mermado. –Mire, yo siempre  digo que  sólo se puede contar con las ayudas de la Administración para hacer hucha, porque éstas se pueden retirar por ley en cualquier momento.

- ¿Puede escribirme esto en un papel para contárselo a la comunidad de vecinos?

-No, cada uno de ustedes recibirá la notificación debidamente cumplimentada con acuse de recibo –le responde en un lenguaje meramente administrativo

-Y no pueden ustedes, por ejemplo, interrumpir el pago para hacerlo cuando haya dinero?

-Las instrucciones son archivar.

-Y no podemos hacer nada?

-Una vez recibida la notificación, le damos plazo para presentar recurso… pero primero espere a que le llegue la comunicación.

-¡Ay! –suspira- No sabe lo mal que lo estoy pasando señorita. Tengo una pensión muy baja y dos hijos en paro que van a perder sus casas ¿qué hago yo con 74 años? contaba con ese dinero para ayudarles. Sé que hay gente todavía peor, pero yo ya no puedo dormir, -explica sin perder la sonrisa.

- Sí, hablamos continuamente con personas que se encuentran en situaciones parecidas -responde la funcionaria con un forzado desapasionamiento.

-No hay trabajo, a mis hijos se les acaba el paro, llevan dos años ya. Hoy mi hijo tiene una entrevista para vender, tiene que dar de comer a mis nietos. Mi hija, separada con una niña. Es horrible… no sé cómo vamos a salir. Esto va a acabar mal.

-No mujer -le contesta la funcionaria ante la presión de la anciana–, esto terminará en algún momento, todo es pasajero, hay que mantenerse porque es un mal general…

-Bueno, pues ya sabe, recibirá la denegación de su ayuda en breve –le vuelve a repetir la trabajadora para salir de la cercanía y del silencio que se ha creado, temerosa de que la empatía le pueda jugar una mala pasada.

-Una entrevista para vender… -dice la señora pensativa- mi hijo que no sabe ni hablar.

-Ahora lo que más sale es para comercial –le responde la empleada. –Cuál es la profesión de su hijo? Le pregunta con la convicción de que está a punto de perder pie.

-Pues era conductor de grúas y de esto de camiones pesados de la construcción… como ya no hay obras.

-¿qué edades tienen? Sigue preguntando sabiendo que es mejor callar.

-Pues 40 y 43 años, y cerca de dos años buscando algo, no encuentran nada –vuelve a repetir.

-Tendrán que reciclarse, hoy en día no se puede tener una sola profesión.

-Y qué les puedo decir yo. Mire no sabe cómo me siento, a veces cuando me cocino algo rico me digo ¿cómo puedo hacer esto –hace el gesto de coger algo con las manos y se lo lleva a la boca- y mis hijos sin poder comer?

De repente a la empleada le brota aquella señora Francis que escuchaba en la radio a la hora de la merienda, y en un alarde de arrebato comienza a hacer justo lo que no quería, se dirige a su interlocutora diciéndole:

-No, no, no, usted no puede sentirse culpable de comer. Ya nos han culpabilizado bien de todo nuestros políticos. Me figuro que habrá trabajado durante toda su vida para educar a sus hijos, haciendo lo que debía, por eso tiene un piso y una pensión.  Ahora ellos son adultos y tendrán que luchar como lo hizo usted cuando fue joven.

-Ya, pero son mis hijos.

- Sí, pero el problema es de ellos, no suyo.

La funcionaria siente la mirada inquisitiva de la anciana, como preguntándole : ¿usted sabe lo que me está diciendo?

-Yo soy madre, también –le dice adivinándole el pensamiento- los hijos tienen que asumir sus problemas y nosotros apoyarlos, pero nunca sentirnos culpables de lo que les ocurra. Su hijo es un adulto, tiene salud y dos manos para sacar adelante a su familia, y usted, a pesar de los pesares, tiene derecho a ser feliz y además se lo merece.

Ya está, ya lo había dicho… estaba harta del mismo mantra de la culpabilidad, una anciana culpable de su derroche y del derroche de sus hijos ¿y qué más? La empleada recomponiéndose comienza a apuntar una dirección y se la da a la anciana

–Mire, esto es una oficina en la que asesoran a parados, incluso a veces les llegan ofertas de trabajo. Funcionan con cita previa y a lo mejor pueden hacer algo por ellos. Esto se lo doy a título personal, pero no espere grandes resultados. Lo importante es no quedarse quieto.

¡Ah, sí! –contesta la anciana de vuelta a sus modales joviales - puedo ir yo ahora mismo?

-Usted no. Sus hijos

-Muy bien, gracias –responde doblando el papel de la dirección- ¿Sabe? - le dice la anciana mirando a la funcionaria– allá donde voy, siempre me encuentro con gente buena, lo que me ha dicho… -se interrumpe, acompasando la mirada con una sonrisa cómplice-, se lo agradezco de veras.

-Gente buena hay en todas partes, –responde la empleada algo emocionada- sólo hay que distinguirla, es lo mejor de la crisis. Espero tenga mucha suerte.

Ádios, buenos días y gracias otras vez –le contesta la mujer, saliendo grácilmente por la hilera de asientos mientras va sonriendo a todo funcionario que se encuentra a su paso detrás de las mesas.
                                                           
                                                                                                      V. Abad
 

viernes, 16 de mayo de 2014

Cuando ves que te ven




Este post está dedicado a una  ensayista que publicó una obra  a sorbos de tazas de chocolate. De nombre relacionado con la Epifanía del día 6 de enero y  apellido de un gran ilustre de las letras españolas del Siglo de Oro, a ella le dedico mi más sincero reconocimiento.




Estimada escritora,

A pesar de  ser la novela negra  uno de mis géneros preferidos, género que, por la lista de títulos publicados manejarás con habilidad; el destino ha querido que te descubriera como  ensayista novel en tu obra presentada a primeros de abril,  la cual me ha hecho experimentar cierta estupefacción.

Si la lectura del título, el cual no voy a revelar,  me llamó la atención por ser yo, como tú, yonki de ese manjar tentador, irresistible cuanto más negro y más amargo, la sinopsis me sumergió en una escena curiosamente “familiar”: dos amigas  antagónicas hablando de lo divino y humano en torno a una taza de chocolate. De inmediato y con una curiosidad que se iba tornando en aprensión según pasaba las páginas,  comencé a leer tu libro…

Sé que los escritores sentís la necesidad de nutriros de todo lo que os surge en la vida, sois muy triperos, y creo que tu voracidad se ha paseado por este humilde blog, porque en tus palabras he descubierto personajes, perfiles y situaciones que han podido inspirarse aquí. Mi peluquera, mi sabio filósofo, mi particular manera de ver la vida materializada en cada post se encuentran en tus páginas, convirtiendo la lectura de tu libro en un viaje sobradamente conocido para mí. Tu obra es pura reminiscencia platónica, donde no sabría decir quién de las dos, tú o yo, representa el mundo sensible o el inteligible.

Como bien sabes, lo primero que manifiesto en esta tu casa, que es mi blog, aquí, donde posiblemente hayas penetrado hasta la despensa; es la afirmación de que las ideas no son de nadie sino que emanan de una fuente de creatividad universal. No quito ni una coma, yo abro mi casa para quien quiera disfrutarla, punto. Así que  mi discurso no es un reproche sino  un desahogo y te diré por qué.

Tú, que te muestras pesarosa al hablar de ti más de lo que quisieras porque para eso eres la narradora, acabas por descubrirme a mí, poniéndole mi nombre a la idea que posiblemente hayas recogido de este blog. En las primeras hojas y para que el lector no se asuste de que va a comenzar a leer un ensayo declaras:

“Si acaso, Marta y yo vendríamos a ser eruditas a la violeta: un par de mujeres con tintura superficial de ciencias y artes, aficionadas a la humanidad en zapatillas”



Tomas la idea y la bautizas con el nombre de su inventora para explicarla, eso sí, en minúscula marcando la sencillez del procedimiento, muy bueno…  

Podrías haber dicho eruditas a la bernarda, a la ambrosia, o a la salustiana, aunque no había otra manera ¿sabes por qué? porque estaba el nombre de la autora tan encarnado en el concepto que no fuiste capaz de separarlos, y eso es un signo inequívoco de que pasaste por mis pensamientos y de que me leíste antes que yo a ti.

Claro que podrías contestarme que estabas haciendo referencia a la obra del siglo XVIII del escritor José Cadalso, titulada "Eruditos a la violeta", casualidad que te viene al pelo para matar dos pájaros de un tiro. Algunos escritores os las sabéis todas, sin embargo la obra de ese insigne prerromántico hace alusión a los intelectuales superficiales y seguro que tú no querrías dar esa imagen de ti misma y de tus personajes. 

A pesar de todo, no me gusta que me mencionen y mucho menos que me saquen del armario y si bien pensabas que nadie iba a conocerme, yo sí me reconocí. Deberías saber, como buena filosofa, que el mundo es un pañuelo.
Aunque pueda parecerte nimio, ponerle mi nombre a la manera de tu proceder me desagradó y de ahí parte el motivo de este post, comunicártelo pero desde mi territorio y no a través del correo electrónico que dejas caer en el interior de tus páginas para tus seguidores. Así, si vuelves a cobijarte bajo mi techo y repites la lectura de mis escritos, quiero que te reconozcas en mí, como yo lo hice en ti, esta vez sin nombrar a nadie porque está feo.
Querida amiga, muchas casualidades hay en este encuentro, incluso en lo que no quedó dicho. Será que tenemos la misma forma de ver el mundo, que soñaste conmigo o que al final todos somos Uno y eso me ha vuelto paranoica. Pero no puedo decir que te guardo rencor, más bien tendría que darte las gracias porque es un honor que mi buen hacer te haya sido útil y también porque has sido un acicate, una aguja afilada que ha explotado la burbuja confortable que me mantenía en un tedioso letargo. Me pusiste en la picota sin saberlo, me arrancaste del área de descanso… ¿y ahora qué?
De momento te regalo  esta cita de André Maurois:
“La lectura de un libro es un diálogo incesante en el que el libro habla y el alma contesta”.
 Mi alma pues, te ha contestado. Gracias

                                                                                              V. Abad