sábado, 20 de julio de 2013

!Bienvenido a la vida!

Voy a hablar de una reflexión que hizo un profesional de la psicología a unas personas de mi entorno, las cuales quedaron gratamente sorprendidas por la sencillez de su contenido.
Pues sí, les decía,  la vida es como un bombo inmenso de canicas de colores que van cayendo a cada giro de manivela. Unos días saltarán las blancas, amarillas, azules… pero otros, caerán las de color oscuro: marrones, grises o negras, y el verdadero secreto de la felicidad consistirá en asumir la existencia de este juego de bolas en nuestras vidas.
Supongo que nuestro inteligente terapeuta se extenderá en sus sesiones, como no podría ser de otra manera, a cuenta de tal símil; pero la falta de su dilucidación, me lleva a meditar sobre la  materia.
Bien es verdad que a veces caen las canicas rosas del amor, las amarillas de la amistad, las rojas de la pasión, las verdes de los deseos por llegar, pero también van apareciendo las bolas oscuras de la soledad, de la ruina, de la enfermedad y de la muerte… es de suponer que cuanto más longevos, mayor número y  cadencia de bolas caídas.
Lo importante, sigo suponiendo, sería nuestra actitud ante la aparición de esas bolas, nuestra capacidad de digerirlas, sean del color que sean, teniendo en cuenta que se puede digerir igual de mal el éxito que el fracaso.
Hay quien emplea sus dotes malabares sorteando el incontable número de canicas, y hay quien es tan triste, que es incapaz de distinguir entre la variedad de colores. Indudablemente, nosotros somos siempre los que vamos a decidir.
Nuestra disposición podría oscurecer aún más las bolas oscuras, o darles mayor impulso hacia el saco de desechos para que deje de torturarnos. Hay quien, ante la canica negra, se hace la pregunta obsesiva de por qué le tocó a él, mientras que otros intentan solventarla sabiendo que cada cual carga con su bombo bien repleto de ellas.
Entender y asumir esta afirmación que habla de bombos y bolas, sería un gran primer paso para comprender la complejidad de la vida, pero también para disfrutar de la magia de sus colores. Nuestro talante ante el color de la canica, sea del color que fuere, es vital para convertir la vida en un terreno fértil lleno de posibilidades o en un peñasco baldío en el que no existe capacidad de desarrollo y aprendizaje. Lo mejor de todo es que la elección está en nosotros.
Ante la evidencia de tal afirmación terminaríamos concluyendo que somos seres predestinados a las bolas de colores, con la libertad de manejarlas como mejor nos sea posible. Creer en ello, nos haría más fuertes ante las situaciones negativas, a la vez que nos llevaría a disminuir la frustración y a volvernos más competentes frente a ellas. Lo  fundamental de la metáfora de las canicas es que nos pondría de acuerdo con la vida.
De ahí que el hábil terapeuta, cuando el paciente comienza a quejarse de sus bolas negras, conteste con una medio sonrisa: “Bienvenido a la vida”, pues eso… bienvenido.

                                                                  V. Abad