sábado, 29 de septiembre de 2012

"Leña y punto" o el arte de la insumisión


¡Fuera! ¡Fuera!

El policía permanece quieto pegado a sus compañeros, tiene el gesto paralizado bajo el casco protector, las manos tras el escudo. La tensión le martillea la  mandíbula.

-¡Vamos iros a casa de una puta vez!- Se dice a sí mismo, mirando a la multitud– Ya tuvimos  bastante ayer.

Un escupitajo le cae en la bota agravando aún más su ansiedad. El dueño del salivazo es un joven que ha saltado las primeras líneas de la sentada en dirección al cerco policial. Los manifestantes le retienen.

¡Si no hay dinero por qué tanto madero! –corea la muchedumbre.

El antidisturbio se mantiene al acecho,  respirando entrecortadamente,  sólo desea que todo acabe de una vez. –Marchaos a casa- se repite-. Yo también quiero irme, ya es de noche, añoro a mi familia, poder leer un cuento a mi hijo y besar a mi mujer embarazada.

 ¡Únete! ¡Únete!  -grita la masa a la policía.

El agente mira la primera hilera de la sentada, son jóvenes, algunos menores, y también hay adultos. Uno muestra una pancarta que dice: “Por favor policía piensa” con la palabra “obedece” tachada.

-Tengo que cumplir con mi obligación –se dice- ¿Qué hace la prensa tan pegada? Luego se quejan diciendo que están haciendo su trabajo, pues yo también cumplo con el mío. ¡Iros de una vez, joder! Cuando nos den la orden de cargar, ellos serán los primeros en cobrar. Cargar…¿cómo se puede cargar sin violencia? –se pregunta.

¿Por qué nos quieren proteger si no les importamos? -Corea la masa

-Yo también estoy descontento, yo también soy funcionario como vosotros, los de las camisetas verdes, estudié una carrera para guardar la ley. También me recortan por proteger y ¿a mí quién me protege? Si uno de nosotros cayera en medio del gentío sería una  fatalidad. No hay más que ver las imágenes de las patadas que recibió ayer un compañero.

¡Que no, que no, que no tenemos miedo!

Esto va peor, nadie se mueve –piensa-. Tengo el cuerpo rígido, estoy angustiado, lo sé, pero cuando den la orden, como siempre, todo se me pasará; entonces sólo tendré que actuar a bulto para mantener los 50 metros limpios entre ellos y nosotros.

¡Los encapuchados son la policía! -Vocean los manifestantes.

En cuanto reciben la orden de desalojar, un extraño sentimiento de impotencia invade al agente. Él avanza pero no arremete, su brazo no le obedece, una mano aprieta con fuerza la porra mientras sus compañeros comienzan a tirar pelotas de goma.

Entre el alboroto de la estampida, el guardia camina como un autómata hacia delante, circula sin embestir con la mirada puesta en el vacío, pendiente de la cantinela que ocupa su cabeza.

–Marchaos de una vez. Iros a casa ¡hostia! ¿os vais vosotros o me voy yo? –se pregunta en un rugido, que le lleva a tirar el escudo al suelo.


                                                                                                     V. Abad

lunes, 24 de septiembre de 2012

Mis delirios



                                                             

                              Sección  Lavar y marcar (12)



¡Maldición! Estoy en una de mis peores pesadillas, a mi derecha la prota, a mi izquierda, morritos-la pija,  ambas en animada conversación mirándose la una a la otra, bordeando con sus miradas mi estático perfil victoriano. Para mayor  fastidio la conversación trata sobre sexo ¿qué más puedo pedir?

-¡Nada de maridos ni parejas fijas, lo mejor es un novio para la ocasión!  -dice la prota con vehemencia- que cada uno cumpla con tu fantasía sexual diaria,  –manifiesta cerrando los labios con fruición simulando una actitud perversa.

-Ay nena, ju,ju, pero que graciosa eres, mira que cómo te pones, claro que razón no te falta –le contesta morritos, mientras Ángela (mi muda)  le seca con la toalla el cabello húmedo.

-Pues yo creo –le dice Mati divertida, cogiendo resuelta con el cepillo un mechón de pelo de la prota- que las fantasías sexuales, son eso, fantasías que no se pueden cumplir porque  dejan de serlo  y se rompe la magia…

Alexandra, Sandra para los amigos, es la prota de nuestro club, una mujer rozando la cuarentena, de las que pisan fuerte. Tiene una puesta en escena extraordinaria y un ego que no le cabe en ese par de pechos bien puestos, y mejor  aprovechados, como suele decir ella. Es de las mujeres que asustan a los señores y también a las señoras, y un gran reto para los hombres más osados. Alexandra es directiva de una gran empresa, soltera, madre adolescente de un chico entrado en la veintena y que, como es de suponer,  parece su hermano más que su hijo.

A mí me impresiona y suelo tratar de evitarla por todos los medios, porque también me incomoda. Las conversaciones y las opiniones tienen que hacer referencia a todo lo que le afecte a ella, y cuando surge un asunto que no le concierne, pues se ocupa de demostrar su desagrado, o de cambiar bruscamente de tema. Es una mujer imponente, pero lo que más me gusta de ella es que pone en jaque a la jolines en unas trifulcas, a veces, un tanto cómicas.

Alfonsa, alias morritos-la pija, o Choncha, también es soltera y de edad impredecible. Hija de un registrador de la propiedad monárquico, que le dejó en herencia un nombre Borbón masculino y la suficiente fortuna para vivir el resto de su vida sin trabajar. Y eso es justamente lo que hace, no trabajar. Lleva las mechas un poco antiguas, permanentemente bronceada, de mandíbula prominente, labios tatuados, pintados siempre en la gama del naranja, color que suele aparecer en los grandes incisivos superiores de su boca. Morritos ama a los perros y a su madre, por este orden, y en cuanto a las relaciones, se le  adjudica un antiguo novio de rancia cuna al que abandonó, un corto matrimonio eclesiástico que anuló y alguna discreta aventura amorosa.

-Calla, calla, no hay nada mejor que poder realizar lo que uno ansía. ¡Deseo esto: lo tengo! –afirma la prota.

-Sandrita te comes la vida a bocados -le dice Mati- yo prefiero hacerlo a sorbitos como el buen café.

-Bueno, bueno –dice la prota-, tú, como la mayoría,  sorbes para no quemarte,  pero yo en algunos momentos prefiero achicharrarme.

-¡Qué fuerte! Juju – la pija ríe siempre con la “u”  poniendo los labios en forma de corazón, mientras me mira a los ojos para implicarme en la conversación-, seguro que lo dices por decir. Hija te olvidas del flirteo, del pretting, del arte de seducir que me apasiona, ¿qué sería el sexo sin todo eso?

-Eso sólo pasa en las películas –dice Sandra entre risas- es muy difícil encontrar un buen amante, te lo digo yo que sé de lo que estoy hablando.

-¡Qué pena que no esté aquí la todóloga, nos daría una buena charla teórica sobre el tema! –apostilla la pija-. La todóloga está en el cuartito con Yoli haciéndose las piernas.

-A mi no me hace falta que me den charlitas de sexo. Hablo por propia experiencia –contesta Sandra.

-Oye que experiencia no nos falta a todas las que estamos aquí  ¿verdad? –dice morritos volviendo la mirada de nuevo hacia mí-. Ante la invitación, afirmo con la cabeza por aquello de hacer algo, mientras Ángela ni se inmuta.

-Todas hemos tenido amantes, no sólo tú guapa ¿qué dices a eso Miriam?

-Pues yo en realidad no muchos, casi ninguno, bueno uno… mi marido –le contesto sonriendo por el embarazo de la situación.

-Uyuyuiiiiiiii. –cotorrea la pija incrédula.

-¡Qué mona! ¡sólo uno! –responde la prota con sorna. –Con uno te faltan  puntos de referencia.

-Pues a mí no me va mal –contesto algo enfadada. Tengo poca cuerda, la verdad.

¡Ni bien! –suelta Sandra como una escopeta. -Pero hija échate un novio por favor, y luego otro. -Me siento ridícula ante el consejo de alguien que apenas me saca unos  años.

-Es un poco leyenda lo que dices, Sandra –asegura Mati- yo sólo he tenido un novio en mi vida y lo he conocido en cada una de sus facetas. El tiempo te ofrece los puntos de referencia porque las personas no somos siempre las mismas, vamos aprendiendo, cambiando… aderezamos el guiso de nuestra relación y donde encontré un amante inexperto, descubrí al cabo del tiempo, un amante fogueado. Así que he tenido muchos amantes. No nos desmerezcas a las que somos más apocadas.

-Palabras, querida mía, eso es aprender a largo plazo y la vida es muy corta para malgastarla

-Estoy con Sandra, Mati –contesta la pija-, con dos o tres novios en unos meses has aprendido mucho más que con uno guisándose a fuego lento, que a veces la relación termina escaldada con el pulpo demasiado duro. Me horripilan las relaciones largas –explica con voz super gangosa- por algo dejé a un novio en el altar, bueno y a alguno más…

-Te horripilan los compromisos, Choncha –contesta Mati. Si habláramos en serio, tendríamos mucho que decir.

-Menos hablar y más actuar, jaja, ¡es una broma tontita! –le sonríe a Mati con picardía - ya sé que te gusta que te calienten la cama, a mi también pero de distinta manera.

Agradezco interiormente las palabras de Mati, preguntándome  por qué no me siento tan mujer como ellas. Pero la conversación no da para más porque acaba de entrar la coronela por la puerta ¡Gracias Dios mío!
 

                                                                                                 V. Abad

jueves, 13 de septiembre de 2012

De chicos y motes

                                     Sección Lavar y marcar (11)


En mi peluquería, no sólo las féminas gozamos (bueno gozan) de un ilustre apodo, también los chicos fijos lo tienen. Aunque David no apruebe nunca las oposiciones, siempre será nuestro bombero, sobre todo el bombero de Yoli y claro, también el de la japonesa Suzu. En realidad Suzu es hija de una sevillana que se marchó a bailar a Japón y se afincó allí con un marido nipón hasta que se separaron. Entonces, Suzu y su madre se instalaron de vuelta, en Madrid, aunque la hija viaja constantemente a Osaka, para permanecer temporadas con su padre y su familia paterna.

Pero dentro de las paredes de Mati, Suzu es “tikismikis”, una joven japonesita muy princesita, de modales orientales, finíssssima, con pocos rasgos occidentales, acaso unos ojos un tanto más grandes y menos rasgados que los de sus primos.

Tikismikis tiene un cuerpo muy delgado, sin una sola curva y una cabeza grande en proporción a éste. También tiene el estilo extravagante de la juventud japonesa que a Mati le apasiona. Suele pulular por aquí, para que nuestra peluquera le haga apaños de distinto tipo, pelo naranja, flequillo en forma de hoja, o mechones verticales de varios colores. Pero también viene, porque hace muy buenas migas con su aprendiza. Para Yoli, la japonesa acarrea un acervo cultural de gran curiosidad, en cambio, para tikismikis, ella supone un torrente de naturalidad desconocido, y a las dos les entusiasma el bombero además de  viajar, por eso están preparando el próximo tour a la capital nipona.

La intención de David no ha sido encandilar a las chicas, pero lo cierto es que, entre las dos se siente el rey del mambo. Diríase que no tiene rival,  a pesar del guapetón de Javier, el hijo mayor de Mati,  el más detallista y cariñoso con su madre. Javier es un chico muy alto con muy buena percha, pero es dulce y no tiene ese punto golfo que nos gusta a las mujeres y que es la marca de David.

El mote de Javier es un poco enrevesado y un tanto ridículo: Javidín. En realidad sería Javi Dean,  por el parecido con el actor James Dean, rubio y con los ojos azules, su madre dice que es descendiente de los celtas. Fonéticamente sería Javi Din pero castellanizándolo nos queda el  “Javidín”  chufletero, que se te fijas un poco, le pega, porque Javidín inspira besos y abrazos y parece el  nombre de un suavizante.

Toño el camarero, también disfruta de un alias merecido por su simpático look, suele dejarse demasiado larga la cresta que le hace Mati, hasta caerle sobre la frente como un carámbano tieso por eso, se ha ganado a pulso el apodo de “el flequi”.

Aunque ganado a pulso es el apelativo de Paco, el mote estrella coronado recientemente, gracias a los hechos que voy a relatar, por vivirlo en primera persona, de manera casual.



Era una mañana en la que había dejado a una de mis niñas en los autobuses de salida hacia un campamento, y aprovechando que tenía el día libre para este asunto, me fui a la peluquería. Las mañanas en el local son distintas a las tardes, parecen más dinámicas, hay más actividad y llega la gente con más prisas.

Allí estaba Ángela (para mí, la muda), Yoli, Mati, la coronela y clientas desconocidas, algunas de ellas con carrito y bebé, otras con ellos  vacíos, pues era justo la hora de dejarlos en la guarde. Esta vez no teníamos a la jolines para amenizar el cotarro, pero sí a su hermano Paco entrando y saliendo para echar el “fumito,” como lo llama él. Hoy lleva una especie de visera que le hace parecer un viejo, la edad de este señor sigue siendo un enigma para mí. Su mirada tiene una fuerza que no acompaña a su aspecto físico bastante desaliñado y consumido, tal vez por su afección cardíaca.

Permanecíamos todos esperando a que la jefa diera el pistoletazo de salida para empezar la labor matutina, sabiendo que a mí me atendería de las últimas, como de costumbre. Así pues, me acerqué a la variopinta estantería de libros, a ver si había algo que me interesara, aunque difícilmente, pues he cambiado mucho y en los últimos tiempos me suele enganchar bastante más lo que se desarrolla  en el salón de belleza de Mati, que en las páginas de un libro,  y eso fue lo que ocurrió una vez más.

En un instante, entraron dos hombres en la peluquería y el primero de ellos, sacando una navaja, gritó:

-¡Esto es un attrraco! ¡Los bolsos al suelo! ¡Fuerra todo el dinierro!

Mientras, el segundo, intentaba guardarle las espaldas al compañero, quedándose delante de  la puerta con las manos en un bolsillo abultado, dentro de una cazadora ligera, en actitud desafiante. En ese momento, las mujeres comenzaron a gritar y a cubrir a sus retoños. Instintivamente, Yoli cogió de los hombros a la coronela, haciéndole caer el bastón al suelo.

Pero nadie contaba con las idas y venidas de Paco, que apareció de pronto, con su típico andar resuelto, por el umbral de la puerta,  exhalando la última bocanada de humo. Al coscarse rápidamente de la gravedad de la situación, empujó al hombre de la puerta y estampó toda la estantería de libros sobre el que llevaba el arma, haciéndole caer de bruces encima de la mesa de las revistas.

Entonces, el ladrón de la puerta salió rabioso a la calle, para meterse en un coche aparcado en batería en la misma acera de la peluquería, y lo arrancó pisando el acelerador con el fin de estrellarlo contra su cristalera y así dar tiempo a su compañero a librarse del revuelto de revistas, libros y maderas caídas sobre él.

Para entonces, Mati ya había pulsado el botón del cierre automático de metal que protegió el frontal del envite del coche, dejándonos aislados con el otro ladrón dentro. Pero Paco, hábilmente había cogido el bastón de la coronela y se lo había clavado en la espalda a modo de pincho moruno, sujetándole contra la mesa, como un cazador de mariposas trinchando a su presa boca abajo. Alguien, mientras tanto (tal vez la muda), había llamado a la policía y ya se oían sirenas a lo lejos. 

-¡Te voy a dar! –decía Paco-, mientras con la otra mano nerviosamente le daba gorrazos.

-¡No mi pegue! !Ay! !Ay! –chillaba el ladrón por el dolor del bastón en la espalda.

Paco seguía apretándolo contra el hombre mientras le daba gorrazos de manera instintiva, como un muñeco descontrolado  al que no se le hubiera acabado la pila, incluso, cuando ya había subido Mati el cierre y la policía entraba al local con el otro ladrón inmovilizado.

De pronto, apareció la jolines entre el tumulto gritando angustiada, -¡Paco! ¡Paco!. Y Paco seguía dando gorrazos sistemáticamente sin escuchar, mientras su mano empezaba a flojear.

-¡Paco! ¡Dios mío! !Un médico! –gritaba la jolines al ver que su hermano comenzaba a hiperventilar.

Lo más parecido a un sanitario era yo misma, pero, a pesar de la buena intención de echarme hacia delante en ayuda del enfermo, mis piernas se paralizaron y comencé a oír sus gritos cada vez más lejos, hasta terminar descendiendo por una espiral sin fondo.

Desgraciadamente, no había podido soportar el envite, cayendo desmayada casi encima de Paco. Al final tuvimos que ser atendidos los dos por los sanitarios. Afortunadamente, él se recuperó, pero tanto mi debilidad como su gallardía, tuvieron consecuencias. El se ganó un buen sobrenombre, el mejor, el más idóneo; yo un chichón y unos cuantos cardenales.

Desde entonces Paco se ha convertido en  ¡ESPARPACO!


                                                                 V. Abad
                                                                                                 

martes, 4 de septiembre de 2012

Un cuento sobre la Sombra



EL SEÑOR QUE SE INTOXICABA CON SU PROPIO SUDOR


Érase una vez un señor que se intoxicaba con su propio sudor. Al principio lo achacaba al jabón de la ducha, después pensó que tal vez fuera el suavizante, o un brote de alergia a cualquier tejido. Lo cierto es que esa molesta sudoración comenzaba a darle problemas. Las gotitas de sudor aparecían continuamente por las comisuras de todo su cuerpo, hiciera calor o no, resbalando unas veces, por la piel; depositándose, otras, sobre los pliegues permanentemente escocidos.

El hombre era un personaje bastante sufrido, de carácter tranquilo que comenzaba a perder los nervios con aquella sensación que cambió de ser incómoda a insoportable. Él se lavaba continuamente y utilizaba productos caros de farmacia y herbolarios para paliar la comezón, sin embargo, en ningún momento se planteó que el origen pudiera ser interno, que la causa de aquella molestia partiera de sí mismo.

Aquel señor era cuidadoso con todas sus obligaciones. Cumplía con su familia, con su trabajo y con sus amigos, en base a unos principios debidamente  inculcados por una buena  educación.

-Soy un buen padre, trabajador y mejor persona, -se decía así mismo.

No robaba, no bebía, no envidiaba, no mentía… aquellas miserias eran para gente depravada que perdía su vida en mezquindades. Él, por el contrario se veía incapaz de caer en ninguna de ellas, porque trabajaba conscientemente  para ser un gran ciudadano.

Odiaba ver las noticias del telediario porque no comprendía cómo, en ocasiones, el ser humano podía ser tan vil. Odiaba la guerra, los asesinatos, los robos que continuamente aparecían en la pantalla. Odiaba a los políticos por su falta de moralidad. Odiaba sin comprender que era capaz de odiar con tanta fuerza, intentando rechazar con firmeza aquellos comportamientos que le abrumaban.

De modo que el hombre perfecto llevaba adosado a sí mismo el hombre imperfecto que no quería llegar a ser, portando un morral repleto de todo aquello a lo que no quería parecerse.

A medida que el mundo se iba haciendo incomprensible para él, la sombra del hombre imperfecto engordaba más, por lo que el hombre perfecto y sudoroso,  se veía obligado a aportar más energía, para arrastrar con fuerza aquel saco de porquería que no quería ser.

Cierto día, nuestro pobre hombre se encontraba algo malhumorado ante la insistencia de aquel picor-dolor de su afección. Las gotitas de la frente le habían caído en los ojos con el consiguiente escozor que había aguantado estoicamente a lo largo de toda la mañana;  y aún  le lastimaba más pensar que  quedaba media jornada para acabar. De ese modo pasó el día presa de la ansiedad, esperando desesperadamente, la salida del trabajo, para poder refrescarse y así poder calmar la maldita sensación.

Una vez llegó la hora, el señor salió rápidamente de su despacho hacia el garaje para coger el coche y marchar a casa. El tráfico estaba muy complicado, los coches circulaban despacio a causa de una lluvia persistente y nuestro personaje cambiaba de carril continuamente para adelantar apenas un par de metros. La situación le estaba sacando de quicio, ya que la angustia iba en aumento debido a  unos nuevos  picores, que le invadían  las zonas en las que aún no había sudado.

Para atenuar el efecto, pulsaba el botón de las ventanillas, abriéndolas y cerrándolas en función de las gotas de lluvia que empapaban su ropa, mientras conducía haciendo eses por una autopista de tres carriles, plagada de coches. Su desesperación no tuvo límites, hasta que llegó a la salida de la carretera que terminaba en una rotonda, y allí fue donde ocurrió todo… repentinamente el conductor de delante vaciló y frenó, haciendo chocar el flamante coche del sufridor contra la parte trasera del suyo.

¡Demasiado parar y perder tiempo en tomar nota de los seguros!  y sin saber la gravedad del choque, nuestro hombre sacó una llave inglesa de la guantera que llevaba por si los cacos, y se lió, sin mediar palabra,  a mamporros con el coche delantero, atizando a bulto, mientras sus ocupantes estupefactos, permanecían sentados en sus asientos, mirando al energúmeno que actuaba ante sus ojos.

El basilisco propinaba golpes contra ruedas, puertas, parachoques con tal furia, que uno de los cristales del asiento trasero estalló en un gran estruendo  que le obligó a dirigir la mirada en esa dirección. En el asiento de la luna rota había un bebé sobre su sillita, embutido en un buzo, que comenzaba a hacer pucheros por el susto, con una de sus manitas salpicada por un hilillo de sangre. Fue entonces cuando nuestro hombre se derrumbó, cayendo al suelo el arma después de que se echara las manos a la cabeza.



-¿Qué me pudo pasar? – le decía a su esposa la noche del suceso –Yo no soy así. No me lo puedo perdonar. Si algo le hubiera ocurrido… Yo soy un buen hombre, cuido de mis hijos, de mi familia, sería incapaz de hacer algo malo a nadie.

-¿Cómo pude ser el autor de tal atrocidad? .¿Cómo puedo llegar a ser tan malvado?. Merezco un castigo.

-No te castigues más –contestaba la esposa que nunca le encontró tacha alguna a su marido-. Nadie es mejor que nadie. Afortunadamente no hubo mayores consecuencias y podremos afrontarlo.

Pero aquella noche, nuestro hombre, no durmió. Lloraba y lloraba con amargura cada vez que rememoraba la situación: el miedo de los pasajeros, el llanto del bebé, la sangre… Aquello no lo podía afrontar.

Repasó intranquilo la ira violenta que se había apoderado de él,  la que tantas veces había censurado con vehemencia en los demás. Aquel desconocido no era más que él y llegó a la conclusión de que tenía que llegar a conocerlo. Tenía que recapacitar en los  demonios internos que pueden llegar a destrozar  el mundo. Reflexionar, interiorizar, buscar lo que le superaba… aquel pensamiento le sosegó y presa de un suspiro sincero, calló el soliloquio al alba, rindiéndose al sueño.

A la mañana siguiente nuestro hombre se levantó más sereno, pero con la misma determinación que había decidido antes de coger el sueño, y cuando se miró al espejo contempló que había dejado de sudar.




LA SOMBRA

La sombra es esa parte oscura de nosotros que negamos  inconscientemente. El término se deriva de los estudios de Sigmund Freud y especialmente de su seguidor Carl G. Jung. Para éste último el contenido de la sombra no tiene por qué ser negativo, sino que contiene, además de las cualidades desagradables, cualidades insuficientemente desarrolladas, en suma todo aquello que en definitiva, por diversas razones, queremos ocultar.  

En la actualidad, la sombra se concibe como una parte, no del todo inconsciente, pegada al consciente, que al ser negada, llega a configurar una especie de personalidad disidente. El problema es que al negar esa parte del contenido, esas facetas personales inaceptables; nuestra personalidad termina convirtiéndose en hostil para nosotros, y cualquier día puede aparecer como otra persona ante nuestros ojos.

Luchar para mantener escondida la sombra, esforzarse en parecer ser bueno, no es más que una peligrosa mentira que nos ocultaría tras una máscara de bondad que escondería nuestro ego.

La sombra emite proyecciones inconscientes en los otros, que pueden ser de orden positivo o negativo según el origen de las cualidades.  Sin embargo, esto suele ser arriesgado, ya que al ver algo que forma parte de nosotros pero que no reconocemos como propio, actuamos en consecuencia, perdiendo la noción de la realidad. Esto pasa por ejemplo, en el amor romántico cuando percibimos atributos en el otro que no se sostienen empíricamente, pero que se los endosamos por sentirlos insuficientemente desarrollados en nosotros.

Lo mismo ocurre con las propiedades negativas donde solemos criticar en los demás de manera inflexible aspectos como la ira, o la mala educación, cuando en realidad nos desagradan de nosotros mismos.

Pero la sombra no sólo actúa en las proyecciones de nuestra mente, sino que también se encuentra alojada en el cuerpo. No sólo actúa en nuestra biografía personal, sino que aparece en nuestros músculos, en nuestra sangre y en nuestros huesos.

La necesidad de la superación de la sombra, radica en que lo contrario sería vivir con la mitad de nuestras propiedades. Una persona que no haya integrado su sombra, no es una persona completa, con el problema añadido de la lucha entre las dos personalidades que desembocaría en la victoria de ninguna, pues,  o ella te posee a ti, o tú la posees a ella. En definitiva, el lado oscuro siempre aparecerá desde la mente o desde el cuerpo, en este último caso desde la oscuridad de la enfermedad, un atributo que hay que ignorar y rechazar como la cólera o la maldad.

Como dice el conocido filósofo Ken Wilber: “… la sombra siempre tiene algo que decir y pugna por abrirse paso hacia la conciencia en forma de ansiedad, culpa, miedo y depresión. La sombra deviene en síntoma y se aferra a nosotros como un vampiro a su presa”.

Por eso las enfermedades o las situaciones de conflicto que desatan emociones desproporcionadas son un campo excepcional para tratar la sombra. El proceso de individuación como lo llama C.G Jung, radicaría en hacer un diálogo interno sincero  distinguiendo entre  lo que en verdad somos y lo que creemos ser, averiguando nuestros “ puntos ciegos”, a fin de integrarlos con suma naturalidad en nuestra personalidad. De ese modo podremos llegar a sentirnos personas completas, porque la verdadera iluminación consiste en descubrir nuestra oscuridad.
                                                                                
                                                                                                                     V. Abad