miércoles, 5 de octubre de 2016

Blablar

Blablar no es lo mismo que hablar, blablar es un parloteo incesante de origen desconocido, que no procede de nuestro interior. Es un discurso inconexo, vacío y superficial, una ristra de palabras enlazadas que pueden decir una cosa y su contraria a un tiempo, dependiendo de la situación y del interlocutor. Por el contrario, hablar es el acto de expresar lo que somos y lleva el propio testimonio interno y el compromiso de escuchar las opiniones de los demás. Con el blableo  estafamos a las personas y lo que es peor, nos engañamos a nosotros mismos, porque ponemos trampas a la sabiduría de nuestro corazón que es el cerebro de la emoción.

Blablando se suelen contar historias que puede que se piensen, pero que seguramente no se sientan. Sin embargo, en el acto de hablar se cumple la beneficiosa unión del pensar y del sentir que da lugar a esas relaciones saludables, resultantes de la comunicación plena. Tú hablas yo escucho, tú escuchas yo hablo. Aunque quizá, no me guste lo que pienses, aunque tú no estés de acuerdo con lo que opino, respetándonos y sintiéndonos un ser único hacia el otro, no hay más.

Aunque a veces, preferimos quedarnos con el ruido de nuestras cabezas y disparar hacia fuera la frustración de no aprender a quedarnos en silencio. Calma para escuchar el débil silbido de un corazón ahogado por la charlatanería del ego que, sin contar con nuestros errores, nos dice ser los mejores del mundo, mientras hacemos  caso omiso del sonido interior que nos alienta a ser especiales, a pesar de nuestros defectos. Dos voces distintas que parecen decir lo mismo y que, para discernirlas, necesitan la sutileza del silencio.

A lo largo del día, nos socializamos blablando con los compañeros de trabajo, con los papás del cole, con amigos y conocidos, en las celebraciones o yendo de marcha. La televisión y los medios de comunicación propagan el blableo y los políticos lo institucionalizan. En estas condiciones, terminamos por crear un avatar de nosotros mismos y por convertir nuestra existencia en una realidad virtual, es decir, en una  mentira. Entretanto, millones de corazones languidecen sin poder transmitir la pureza de sus cualidades y su inteligencia emocional.


Cuando blablamos, perdemos el amor de la pareja, el cariño del hijo, el abrazo del amigo, la palmada del compañero, la sonrisa del vecino y los buenos días del conductor del bus. Pero sobre todo, ante la imposibilidad de nuestra propia escucha, nos fallamos a nosotros mismos al arrebatarnos el compromiso y la lealtad que nos debemos. Con tanta pérdida vamos siendo arrastrados por las contingencias externas y el bullicio interno, apartados de nuestra verdadera esencia para, finalmente, engrosar ese número de individuos que componen la cultura de la soledad, puesto que si yo no escucho, nadie me va a escuchar.  

                                                                                                          V. Abad