martes, 8 de mayo de 2012

El encuentro


Sección Lavar y marcar (2)

En mitad de la relajación, me imagino, como si fuera el objetivo de una cámara, sentada en un silloncito con cara de virgen tonta, rodeada de una luminosidad difusa que borra los límites de la fotografía.

Y es que se diría que una peluquería no es un buen sitio para meditar, yo así también lo creía, pero eso puede afirmarlo quien no conoce a su gobernanta.

Mati   tiene un cuerpo enorme, brazos largos y manos grandes que cuando te abrazan te cubren entera, haciéndote olvidar que lleva unos pelos fritos de colores y el tirante del sujetador a la vista. Se podría decir que no tiene un  “look” apropiado para lo que se espera de alguien que regenta un “Salón de belleza”,  tal como figura en cursiva a la entrada del  negocio. Sin embargo yo me freiría hasta las cejas por lograr la mitad de su presencia de ánimo. Y es que a este rótulo habría que añadirle: “interior”.

Sentada en mi marco celestial, recuerdo la primera vez que aparecí en este lugar irrumpiendo de una manera atolondrada, algo así como “un elefante en un garaje”, cuando Mati se acercó suavemente y me preguntó con voz cantarina:


-Hola buenas tardes, ¿qué te vas a hacer?

No recuerdo bien si contesté, ya que inmediatamente me colocó la capa y me pasó al lavabo. Se veía que la cosa era de urgencias.

Mati había  adivinado mi visible aturdimiento y también la torpeza que intento evitar cuando situaciones tan nimias  me superan. Su mirada penetrante así lo dejaba ver, por eso me sentí aún más vulnerable ante la persona que acababa de conocer.

Al menos la posición del lavado de cabeza me hizo sentir más cómoda al evitar la agudeza visual de la peluquera. Fue entonces cuando le pedí que me cortara el pelo. Ella me preguntó si tomaba café y después de mi negativa, pasó a la acción.

Y cuando digo a la acción, no digo a lo de peinar, sino a todo lo demás. Detrás de mí, mientras desenredaba mi melena de escoba, Mati comenzó a hablar, arrancándome de las páginas del libro "auxiliar" que llevo en el bolso para esquivar  miradas como la suya.

                                                                                                                           Violeta Abad

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