viernes, 16 de noviembre de 2012

La Esperanza

Esta semana, leí una pequeña entrevista en el periódico gratuito 20 minutos, realizada  al filósofo noruego J. Gaarder (para que luego digan que la cultura cuesta dinero), en la que hace unas declaraciones muy interesantes. Jostein Gaarder, filósofo, profesor de secundaria y escritor prolífico, se le conoce sobre todo por la obra convertida en best seller: “El mundo de Sofía”. Él se encuentra en España para promocionar su última publicación de título eminentemente filosófico “Me pregunto…” pero próximamente nos tiene preparada otra novela, en la que de nuevo la heroína es una chica de 16 años, porque para nuestro autor, la mujer encarna la sabiduría ya que a ellas les gusta entender las cosas, en tanto que a los hombres les gusta ser entendidos.

Después de un breve repaso sobre algunos aspectos filosóficos,  y contar las consecuencias derivadas de la enorme aceptación de su conocida novela, como puede ser la creación de una Fundación;  la periodista le pregunta sobre su actitud frente al futuro, y Gaarder afirma que es optimista porque lo contrario sería inmoral. Para él,  ser pesimista es ser un vago que no acepta responsabilidades, y habla de un espacio entre el pesimismo y el optimismo, un punto medio que denomina  esperanza. Sirva todo esto como introducción y especialmente esta  poderosa palabra como origen de mi reflexión.

                                                                    ESPERANZA




Parece que el ser humano tiene una tendencia natural a resolver y a mejorar su existencia. De hecho, en las sociedades  del estilo de las nórdicas, en las que están más  resueltas las necesidades básicas,  existe un número alto de suicidios que en otro tipo de sociedades menos desarrolladas no se da.

En palabras del filósofo español Leonardo Polo, el hombre es “un perfeccionador que perfecciona”, que necesita aportar con su acción algo nuevo a la realidad. Y es que a pesar del rechazo del ser humano a los cambios,  los cambios son imprescindibles para él, pues una vida perfectamente diseñada a la que nada se puede aportar, nos lleva a perder sentido en la vida.

Soy de la opinión de que las personas necesitamos mejorar nuestra realidad porque de ese modo sentimos que progresamos, y quizá sea esta la razón de que en las sociedades más avanzadas, los individuos pierdan la brújula y decidan perder también la vida.

Pero como afirma este filósofo, no estamos en el mejor mundo posible y nos encontramos en la situación de tener que solucionar las cosas. Y es aquí donde emerge la palabra mágica que ocupa nuestra disquisición:  ESPERANZA. Ríos de tinta escribió sobre ella el filósofo alemán Ernst Bloch, quien decía que todo hombre tiene derecho a soñar con una vida mejor porque esperanza significa soñar despierto.

La esperanza es la herramienta del “perfeccionador” que cree que las cosas siempre van a ser susceptibles de mejorar. Sin ella, muchos de los adelantos de la historia no hubieran podido lograrse. Es la creencia de que siempre se puede aportar a los sucesos un valor añadido que haga prosperar nuestro entorno y nuestro propio crecimiento.

 La esperanza, aparece instantáneamente en sucesos conflictivos, por tanto la mayoría de las veces nos acompaña. Es una herramienta inherente a los seres humanos, activa y responsable,  que nos empuja, alimenta y sustenta aún en las peores situaciones.

Hago aquí esta reflexión en tiempos revueltos en los que todos nos vemos abocados a sucesos negativos diarios, originados por una crisis más que económica, dentro de la cual a veces creemos sucumbir.  Es ahora cuando la esperanza nos prohíbe desfallecer,  incitándonos  a pelear y a actuar contra las circunstancias más adversas. Para este intento pongo la siguiente afirmación de Leonardo Polo:

Efectivamente, no estamos en el mejor de los mundos posibles, por el contrario, estamos en un mundo, en donde, por muchos motivos, las cosas no están bien, pero precisamente por eso, debemos empeñarnos en arreglarlas, en lograr que las situaciones mejoren.

La esperanza es generosa, dignifica, nos proporciona frescura para admitir los cambios. Es una propiedad que no debemos obviar, que tenemos que buscar, rescatar interiormente, porque  habita en nosotros dispuesta a hacer de nuestra existencia, algo más que un devenir monótono o decepcionante.

                                                                                                                                                                           V.  Abad               

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