Miles de palabras se han vertido para hablar del amor desde la literatura, la poesía, la filosofía; palabras que nunca acaban de describir con exactitud este sentimiento universal, tan difícil de expresar. Amar es la fuerza maravillosa única, capaz de mover el mundo.
El amor siempre se hace en pareja, Tú y tu padre, tu hijo, tu hermano, tu amigo, tú y el otro; porque uno hace pareja con el mundo. El amor con mayúscula, es un sentimiento inefable que te libera y te hace grande ¿quién no se ha sentido enorme cuando lo ha experimentado?
Quizá todo lo que se haya escrito sobre el amor sea insuficiente, porque amar no tiene límites, es inabarcable. La palabra Amor, así como la palabra Dios, alude a lo infinito, por eso, en última instancia, las dos se abrazan. Se puede amar de tantas formas, como de maneras se puede llegar a Dios. Amor y Dios se asemejan porque ambos términos se escapan de la comprensión y el entendimiento humanos.
No obstante, tenemos la facultad de vivir el amor desde la mente. Hacerlo desde aquí, es aceptar el respeto que te supone la otra persona. Admitirla como compañera de viaje, protegerla, cuidarla y hacerse cargo de la libertad que merece; son relaciones de legítima igualdad. Amas en una vida apacible por medio de la lógica, aplicando el sentido común. A veces, aparecen los problemas y expresas tu desánimo, tu desilusión. Pides tu espacio y tus tiempos para resolver las dudas, los afectos; para elegir si te compensa esa relación, ejerciendo el derecho a ser libre o no, en un diálogo interno y externo mesurado y sensato.
Igualmente podríamos amar con el corazón, desde la sensación gratificante que nos proporciona querer y sentirnos queridos. Velar generosamente por la persona amada y tener la satisfacción de la dedicación y el desvelo por ella, en una verdadera sinfonía musical. Cuando surgen los problemas, la situación se vuelve más tórrida al entrar en juego nuestras emociones y poner en el asador sentimientos, que son la parte más vulnerable de nosotros. Desde aquí, se puede amar con la misma intensidad que se puede odiar y no se habla de necesitar espacios, sino de percepciones de alto nivel emocional tales como el desengaño o la traición.
Finalmente, amaríamos también desde el alma, donde todo resulta mucho más intangible. Es el amor de la pura entrega porque ¿hay algo más generoso que dar y recibir desde lo inexistente? Sin embargo, el amor del alma resulta auténtico, porque sin necesitar ser correspondido, sale y entra de uno a la velocidad de la luz. Para dar el salto, tendríamos primeramente que superar la mente y el corazón, lo mismo que para llegar al espíritu es necesario experimentar y trascender la materia.
Amar desde el alma, es no mirar a la persona amada, sino el ser que habita en ella; así se podría comprender que la victima, a pesar de todo, fuera capaz de amar a su verdugo.
Las personas que aman con el alma, aprendieron a amarse, primero a sí mismas, descubriendo su propio ser antes de todo lo demás. Sólo desde su genuina esencia accedieron a la esencia del otro, que no significa ni más ni menos, que un acto de veneración a la unidad, formada por el mundo y yo. Desde este amor no se miden espacios, no se dan las traiciones; aquí uno se entrega a su inmensidad sin pedir nada a cambio, porque no hay nada más sublime que abandonarnos a la contemplación de la energía del amor.
V. Abad