jueves, 13 de septiembre de 2012

De chicos y motes

                                     Sección Lavar y marcar (11)


En mi peluquería, no sólo las féminas gozamos (bueno gozan) de un ilustre apodo, también los chicos fijos lo tienen. Aunque David no apruebe nunca las oposiciones, siempre será nuestro bombero, sobre todo el bombero de Yoli y claro, también el de la japonesa Suzu. En realidad Suzu es hija de una sevillana que se marchó a bailar a Japón y se afincó allí con un marido nipón hasta que se separaron. Entonces, Suzu y su madre se instalaron de vuelta, en Madrid, aunque la hija viaja constantemente a Osaka, para permanecer temporadas con su padre y su familia paterna.

Pero dentro de las paredes de Mati, Suzu es “tikismikis”, una joven japonesita muy princesita, de modales orientales, finíssssima, con pocos rasgos occidentales, acaso unos ojos un tanto más grandes y menos rasgados que los de sus primos.

Tikismikis tiene un cuerpo muy delgado, sin una sola curva y una cabeza grande en proporción a éste. También tiene el estilo extravagante de la juventud japonesa que a Mati le apasiona. Suele pulular por aquí, para que nuestra peluquera le haga apaños de distinto tipo, pelo naranja, flequillo en forma de hoja, o mechones verticales de varios colores. Pero también viene, porque hace muy buenas migas con su aprendiza. Para Yoli, la japonesa acarrea un acervo cultural de gran curiosidad, en cambio, para tikismikis, ella supone un torrente de naturalidad desconocido, y a las dos les entusiasma el bombero además de  viajar, por eso están preparando el próximo tour a la capital nipona.

La intención de David no ha sido encandilar a las chicas, pero lo cierto es que, entre las dos se siente el rey del mambo. Diríase que no tiene rival,  a pesar del guapetón de Javier, el hijo mayor de Mati,  el más detallista y cariñoso con su madre. Javier es un chico muy alto con muy buena percha, pero es dulce y no tiene ese punto golfo que nos gusta a las mujeres y que es la marca de David.

El mote de Javier es un poco enrevesado y un tanto ridículo: Javidín. En realidad sería Javi Dean,  por el parecido con el actor James Dean, rubio y con los ojos azules, su madre dice que es descendiente de los celtas. Fonéticamente sería Javi Din pero castellanizándolo nos queda el  “Javidín”  chufletero, que se te fijas un poco, le pega, porque Javidín inspira besos y abrazos y parece el  nombre de un suavizante.

Toño el camarero, también disfruta de un alias merecido por su simpático look, suele dejarse demasiado larga la cresta que le hace Mati, hasta caerle sobre la frente como un carámbano tieso por eso, se ha ganado a pulso el apodo de “el flequi”.

Aunque ganado a pulso es el apelativo de Paco, el mote estrella coronado recientemente, gracias a los hechos que voy a relatar, por vivirlo en primera persona, de manera casual.



Era una mañana en la que había dejado a una de mis niñas en los autobuses de salida hacia un campamento, y aprovechando que tenía el día libre para este asunto, me fui a la peluquería. Las mañanas en el local son distintas a las tardes, parecen más dinámicas, hay más actividad y llega la gente con más prisas.

Allí estaba Ángela (para mí, la muda), Yoli, Mati, la coronela y clientas desconocidas, algunas de ellas con carrito y bebé, otras con ellos  vacíos, pues era justo la hora de dejarlos en la guarde. Esta vez no teníamos a la jolines para amenizar el cotarro, pero sí a su hermano Paco entrando y saliendo para echar el “fumito,” como lo llama él. Hoy lleva una especie de visera que le hace parecer un viejo, la edad de este señor sigue siendo un enigma para mí. Su mirada tiene una fuerza que no acompaña a su aspecto físico bastante desaliñado y consumido, tal vez por su afección cardíaca.

Permanecíamos todos esperando a que la jefa diera el pistoletazo de salida para empezar la labor matutina, sabiendo que a mí me atendería de las últimas, como de costumbre. Así pues, me acerqué a la variopinta estantería de libros, a ver si había algo que me interesara, aunque difícilmente, pues he cambiado mucho y en los últimos tiempos me suele enganchar bastante más lo que se desarrolla  en el salón de belleza de Mati, que en las páginas de un libro,  y eso fue lo que ocurrió una vez más.

En un instante, entraron dos hombres en la peluquería y el primero de ellos, sacando una navaja, gritó:

-¡Esto es un attrraco! ¡Los bolsos al suelo! ¡Fuerra todo el dinierro!

Mientras, el segundo, intentaba guardarle las espaldas al compañero, quedándose delante de  la puerta con las manos en un bolsillo abultado, dentro de una cazadora ligera, en actitud desafiante. En ese momento, las mujeres comenzaron a gritar y a cubrir a sus retoños. Instintivamente, Yoli cogió de los hombros a la coronela, haciéndole caer el bastón al suelo.

Pero nadie contaba con las idas y venidas de Paco, que apareció de pronto, con su típico andar resuelto, por el umbral de la puerta,  exhalando la última bocanada de humo. Al coscarse rápidamente de la gravedad de la situación, empujó al hombre de la puerta y estampó toda la estantería de libros sobre el que llevaba el arma, haciéndole caer de bruces encima de la mesa de las revistas.

Entonces, el ladrón de la puerta salió rabioso a la calle, para meterse en un coche aparcado en batería en la misma acera de la peluquería, y lo arrancó pisando el acelerador con el fin de estrellarlo contra su cristalera y así dar tiempo a su compañero a librarse del revuelto de revistas, libros y maderas caídas sobre él.

Para entonces, Mati ya había pulsado el botón del cierre automático de metal que protegió el frontal del envite del coche, dejándonos aislados con el otro ladrón dentro. Pero Paco, hábilmente había cogido el bastón de la coronela y se lo había clavado en la espalda a modo de pincho moruno, sujetándole contra la mesa, como un cazador de mariposas trinchando a su presa boca abajo. Alguien, mientras tanto (tal vez la muda), había llamado a la policía y ya se oían sirenas a lo lejos. 

-¡Te voy a dar! –decía Paco-, mientras con la otra mano nerviosamente le daba gorrazos.

-¡No mi pegue! !Ay! !Ay! –chillaba el ladrón por el dolor del bastón en la espalda.

Paco seguía apretándolo contra el hombre mientras le daba gorrazos de manera instintiva, como un muñeco descontrolado  al que no se le hubiera acabado la pila, incluso, cuando ya había subido Mati el cierre y la policía entraba al local con el otro ladrón inmovilizado.

De pronto, apareció la jolines entre el tumulto gritando angustiada, -¡Paco! ¡Paco!. Y Paco seguía dando gorrazos sistemáticamente sin escuchar, mientras su mano empezaba a flojear.

-¡Paco! ¡Dios mío! !Un médico! –gritaba la jolines al ver que su hermano comenzaba a hiperventilar.

Lo más parecido a un sanitario era yo misma, pero, a pesar de la buena intención de echarme hacia delante en ayuda del enfermo, mis piernas se paralizaron y comencé a oír sus gritos cada vez más lejos, hasta terminar descendiendo por una espiral sin fondo.

Desgraciadamente, no había podido soportar el envite, cayendo desmayada casi encima de Paco. Al final tuvimos que ser atendidos los dos por los sanitarios. Afortunadamente, él se recuperó, pero tanto mi debilidad como su gallardía, tuvieron consecuencias. El se ganó un buen sobrenombre, el mejor, el más idóneo; yo un chichón y unos cuantos cardenales.

Desde entonces Paco se ha convertido en  ¡ESPARPACO!


                                                                 V. Abad
                                                                                                 

2 comentarios:

  1. Me encanta el artículo. Es muy divertido.

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  2. Jajajajaja. Es muy difícil escribir en tono de comedia con tanto ritmo. Mucho nivel tiene esta pelu. ¡Queremos más!

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