jueves, 12 de julio de 2012

Mariagobios

                                                  

                                Sección Lavar y marcar (10)


El salón de belleza de Mati es el reflejo de ella misma. Ningún objeto guarda una mínima conexión entre sí. A la entrada, delante de los silloncitos de espera, hay una mesa llena de todo tipo de revistas y prensa, -aportación generosa  del marido de la jolines, que es  un comprador compulsivo de colecciones de fascículos y revistas-. Hacia la izquierda, hay unas estanterías ligeras, sin traseras y de poco fondo, con libros de todo tipo. Parece el quiosco del libro de segunda mano, porque puedes encontrar títulos como “Guerra y Paz” de Tolstoi, revueltos con antiguas novelas de amor o tebeos.

Tal batiburrillo, hace encantador un rincón que pide a gritos una mesa de camilla pegada a un sillón de orejas. Para mi, es la cueva del sabio. ¡Cuánto me gustaría algunas veces, permanecer sentada detrás del biombo, al abrigo de los libros y del zumbido de los secadores! Pero mi actitud sería incluso mucho más estrambótica que la de la propia Mati, aunque no sé por qué, pienso que a ella le encantaría tal extravagancia.

La peluquería cierra inapelablemente, por órdenes de la decana (es su apodo),  entre las tres y las cuatro de la tarde. La razón, es que a ella le gusta desconectar comiendo en el bar de Toño, y no permite que nadie lo haga en su local, pues no le gusta el olor a comida. Todo lo más, admite que sus empleadas lleven fruta,  será por lo que a veces, desprende ese perfume natural de mandarina muy ligero y agradable con el que la tengo identificada. Mati huele a mandarina, una fruta que yo he  rechazado  siempre, porque me recordaba al comedor de mi colegio y que ahora he aprendido a amar.

Mi trabajo de media jornada en una clínica privada de pruebas diagnósticas, me permite llegar  a primera hora de  la tarde. Por discreción, no suelo, aunque me encantaría,  tomar café en el bar de Toño. Considero que es el momento de Mati y respeto, como la mayoría de la gente, su “retiro”. Pero allí estoy puntual a la hora de la apertura, esperando que mi peluquera me sonría afectiva, y me aliente a entrar en la exclusividad de su recinto.

Los días de mi visita al centro, suelo arreglar mis asuntos domésticos de tal manera que la tarde sea entera para mí. Afortunadamente, puedo permitírmelo, compensando generosamente a la cuidadora de mis hijas, que se queda un rato más ese día de la semana.  Micaela es muy dulce y responsable y las niñas la quieren con locura. Yo también.


Creo que tengo muchísima suerte porque Diego, además de ser un padre excepcional, nos procura a la familia, en unos momentos de gran incertidumbre económica, un nivel de vida muy por encima de la media; y yo le estoy agradecida por ello. El precio es, que tenemos que nos tenemos que contentar con repartirnos su tiempo libre, entre vuelo y vuelo,  del mejor modo posible. Pero mi marido no es piloto, sino directivo de una ingeniera internacional que se pasa la vida en el puente aéreo, o cualquier medio de transporte.

 Mi misión,  es mantenerme como pilar emocional para mis hijas, pues con mi empleo de enfermera no podría ser de otra manera. La estabilidad emocional es importante para mi y para ellas, pero a medida que van creciendo van siendo más autónomas. Me desagrada pensar que pudieran llegar a no necesitarme, aunque la sensación dura poco, pues enseguida alguna de ellas requiere mi atención. A pesar de todo me digo que soy afortunada.

Estos cachitos de vida, los voy compartiendo con Mati, y ella parece entender mis  temores absurdos, porque mi cabeza me dice que lo correcto es pensar que no tengo razones para sentirme mal.

¡Dios Santo! Con el día que llevo… Hoy tenemos a la de la limpieza.  Yaroslava  es una inmensa ucraniana que limpia la escalera, varias casas del edificio y la peluquería. Ante tanta demanda, la señora es una auténtica tirana que impone sus horarios, y levanta sin remordimientos los pies a las clientas, mientras friega animosamente el suelo, eso sí es muy limpia.

-¡Holaa, carriñosa! ¿tu mucho bien hoy? – le dice con su típica voz ronca a su jefa. Por supuesto a mí ni me mira; me enfado, acaba de robarme la intimidad con Mati.

Yaroslava impone un poco, sobre todo a la pobre Yoli cuando le dice, -¡tu trabajar mucho bien!, yo tengo hijo para ti. Ante el cumplido, la terremoto suele poner los ojos en blanco y salir corriendo en dirección contraria. 

La presencia de la limpiadora no ha disuelto mis pesares, ni tampoco ha evitado que le preguntara a Mati mientras me restriego los párpados -¿Mati, tú eres feliz? Mi hija Cristina no deja de preguntármelo y yo no sé qué contestar, pues creo que nadie puede afirmarlo rotundamente.

¡Ah! Pues yo sí. –Contesta decidida con su voz cantarina, ante mi sorpresa-  a pesar  de las continuas dificultades,  mi fuera y mi dentro –me indica, acercando y separando las palmas de las manos abiertas sobre el pecho- están de acuerdo. Mi trabajo consiste en llevarlos a la par, por eso la vida es tan complicada y  tan divertida.

Una especie de congoja sube hacia mi garganta, nublándose mi visión por el brote de dos gordas lágrimas. Sigo sin tener mote, pero me iría bien el de mariagobios. Entonces, la peluquera me coge la cara -tiene las manos grandes de los santos que salen en las estampitas-  y me las limpia, con una mirada serena cargada de comprensión.

La ruda voz de la ucraniana rompe el instante santo, -!! vosotrras siemprre mucha prrisa, y luego no ayudarrr!!. Nos está echando del confesionario.
                    
                                                                                                         V. Abad                    

1 comentario:

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