martes, 26 de junio de 2012

Nuestros chicos

                                                                          


                               Sección Lavar y Marcar (8)


Suelo venir a la peluquería los miércoles, pero hoy he acudido el jueves, pues ayer fue festivo. El miércoles siempre me ha gustado desde jovencita, porque está justo en la mitad de la semana. Además, me gusta fantasear con la idea de que ese día me salen todas las cosas bien. Por la misma razón lo escogí como jornada de terapia, claro que también me cuadraba con las actividades de las niñas, que son las que mandan en mi ocio y mi tiempo libre.

Es curioso cómo cambia el ambiente, aunque la alegre actividad sea la misma, las personas y las conversaciones son distintas. Si no fuera por la amable familiaridad de Mati, yo me sentiría rara. En mi peluquería cada día se cocina una inconfundible tarta con distintos ingredientes pero igual de apetitosa. El problema es que no me gustan las combinaciones.

Por ejemplo, hoy trabaja Ángela, una empleada que viene de apoyo jueves y fines de semana. La conozco poco, ni siquiera sé si tiene mote, pero si tuviera que ponérselo yo, la llamaría “la muda”, porque puede estar contigo todas las horas del mundo, que no abre la boca para decirte algo. Como contrapartida tiene una bonita mirada oceánica, de las que yo digo que parecen abarcar el infinito. Es una mujer que me resulta muy extraña.

Al entrar he reparado en que había sentado un hombre en la zona de lavado. Me incomodan bastante los hombres en los probadores de ropa y en las peluquerías. Soy muy pudorosa y no me gusta que me imaginen desvistiéndome detrás de una cortina, ni que me vean con los pelos pringados de mascarilla. Mati sabe esta peculiaridad mía, y suele ocultarme tras un gran biombo de mimbre habilitado para estos menesteres.

Por desgracia, a este establecimiento vienen más hombres de lo que a mí me gustaría. No son tan constantes como las mujeres, pero ahí están. Tenemos a David el hijo de una clienta que se prepara para bombero, gracias al cual, la pobre Yoli tiene que sujetarse el corazón con las dos manos cada vez que se ve obligada  a atenderle. Muchas veces, Mati la libera de sus labores, pues es consciente de lo traicioneras que pueden ser las hormonas, sobre todo cuando uno tiene entre sus manos un recipiente de cera caliente, ya que David también se depila.

Toño, es el camarero del bar que lleva la intendencia y nos provee de todo aquello que podemos necesitar. Cada dos por tres, le vemos asomar la cabeza por la puerta con la bandeja llena de cafés y bebidas. Le encanta venir a peinarse para que le coloquen una mini cresta que le hace más juvenil.

Luego está Carlos que es un ejecutivo mayorcito que odia las peluquerías de caballeros porque dice que “van a tiro hecho”. Prefiere las de mujeres, que son más estilosas y le remeten el cuello de la camisa hacia dentro cuando le van a lavar. !Manias!

También están los hijos de Mati, altos y hermosos ya emancipados, que se pasan a menudo para ver a su madre, y no salen si no han sufrido un buen repaso de pelo. Y ¿cómo no? tenemos a Anselmo cada día esperando a su mujer, para volver juntos a casa

Seguramente habrá más maridos, hijos, hermanos, primos, suegros de clientas que vienen a acicalarse pero, eso sí, ellos no guardan turno. Mati tiene la costumbre de atenderlos enseguida, no sé si por deferencia o por despacharlos cuanto antes, aunque algunos se resisten como es el caso de Paco.

-!Ay perla! –escucho una voz masculina con acento sureño- acaba de ponerme la ampolla que tengo que salir a fumar, tengo un mono que me muero. Es la voz del hombre que vi al entrar. Hay demasiado ruido en la peluquería por los secadores y por las voces de las clientas hablando a la vez.

-Pero Paco ¿todavía no has dejado de fumar? –le regaña Mati por encima de mi cabeza.

-No, ni el vino, ni las mujeres –le contesta él- antes morir que perder la vida…

– ZSSSSSSS, - el ruido del secador me impide seguir escuchando- Ahora se oyen risitas de las clientas.

-Tienes que tomártelo en serio  –le grita Mati desde mi lado, pues estamos lejos-, llevas ya una larga lista de sustos. No hay que tentar tanto a la suerte.


-No me eches sermones reina, que me estás dejando mal entre las señoritas –risitas de las “señoritas” que tienen una media de 60 años, entre ellas está la coronela-, y ya tengo bastante con los de mi hermana. Oigo la puerta cerrarse de golpe y más risitas.

Este hombre tiene que ser de fuera -pienso-, pero de fuera del mundo. Aunque no le he visto bien, dado su anticuado vocabulario, por lo menos tendrá ciento cincuenta años. No me extrañaría que llevara zapatos de rejilla.

De repente se abre la puerta de golpe – ¡coña que anda por aquí!  Me asomo por la rendija y veo que entra el tal Paco corriendo, mientras arroja el cigarro a la acera. Presa de curiosidad, saco la cabeza del biombo para ver mejor, y descubro por fin al responsable de  aquella voz:  un hombre de mediana edad, sumamente delgado, lleno de huesos, fibroso, moreno y alto.
 
-¡ Me cagoen …! Nena no le digas nada a mi hermana que me capa, -dice algo perturbado. Detrás aparece una figura femenina andando expeditivamente y entonces, lo comprendo todo. Paco es el famoso hermano de la jolines, y no lleva zapatos de rejilla.

                            
                                                                                                   V. Abad
                                                                                           

3 comentarios:

  1. Ay, que tengo que ir para atrás porque no me acuerdo de la jolines! ¿o no sabemos quién es??
    Esto cada vez se pone más interesante...

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  2. Uyyyy!!, se nos va a enamorar la protagonista.

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  3. ¿Tú crees??
    Está tardando, la jolines...

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