sábado, 9 de junio de 2012

Mentiras piadosas


Recientemente he vuelto a ver la película “La vida es bella” y no dejo de sentir sentimientos contradictorios en cuanto a su contenido. La historia, por todos bien conocida, es la de un padre italiano de ascendencia judía que queda confinado con su hijo en un campo de concentración nazi. Para provocar el menor impacto en el niño, este hombre inventa una fábula en el que ambos protagonizan un juego. El juego consiste en ir aumentando puntuación en base a unas reglas que se deben cumplir para conseguir un determinado número de puntos, los cuales, una vez conseguidos, se canjearan por un gran tanque blindado sobre el que montarán para salir de aquel lugar.

Durante toda la película, el espectador se debate entre la angustia y la risa por la versátil intervención del protagonista, donde se alterna la improvisación con lo cómico, sobre el trasfondo aterrador del holocausto ocurrido en la segunda guerra mundial. La moraleja es que, gracias a la inagotable inventiva del padre, el niño pudo vivir un cuento, en vez de vivir una historia de horror, evitándole así, un sufrimiento innecesario.

Del mismo modo, un año antes de fallecer, el famoso escritor Frank Kafka solventó una situación similar cuando paseaba por un parque. En él se encontró con una niña que lloraba amargamente por haber perdido su muñeca. Tanto desconsuelo impactó de tal modo al escritor que, para detener la aflicción de la criatura, comenzó a contarle la siguiente historia. La muñeca se había ido de viaje y esto lo sabía porque había recibido una carta de ella dándole la explicación. Ante la insistencia de la pequeña, Kafka le prometió que al día siguiente traería la carta y se la leería.  

Y así es como Franz Kafka se vio abocado a  escribir una carta en la que la muñeca aclaraba  las causas de su inusitada marcha. Pero no fue ni un día ni dos los que el novelista  escribiría una nueva misiva en nombre de la muñeca. Durante  semanas, el escritor fue narrándole  a la niña la actual vida de su amiga con todo detalle hasta que, para zanjar  la situación, le contó que era muy feliz ya que se iba a casar y por tanto no podría  escribirle más. Con este ingenioso acto, Kafka liberó a la pequeña del enorme disgusto de no volver a ver más a su muñeca.


Sirvan estos dos ejemplos como introducción para la siguiente reflexión. La mayoría de las veces los padres utilizamos este tipo de mentiras para evitar el sufrimiento de nuestros hijos; mentiras que por el inmenso amor que les profesamos,  solemos denominar “piadosas”. Sin embargo, me pregunto si realmente las mentiras piadosas son un verdadero acto de amor. Cualquiera me contestaría rotundamente que sí, en el caso del padre fabulador del holocausto, dada la evidente gravedad de la situación; opinión con la que yo estaría de acuerdo.

No obstante, los progenitores solemos inventar mentiras recurrentes del tipo de la muñeca de Kafka, por medio de las cuales intentamos aligerar la carga emocional de nuestros niños. Como consecuencia, este tipo de hechos, engendra la mayoría de las veces, individuos débiles, con un techo muy bajo hacia la frustración. Por eso es necesario que meditemos sobre la conveniencia de aprender a discernir entre mentiras. Dónde termina la mentira inocente y dónde comienza la nociva.

Recuerdo a una amiga que dejaba hacer lo que le venía en gana al niño, diciendo ante mi estupefacción: “déjalo que ya tendrá tiempo de sufrir”. Cerca de dos décadas después, no puedo ni hablar de las consecuencias de esta medida.

Nuestro hijo, tarde o temprano tendrá que vérselas con sus carencias, con sus apegos, con sus limitaciones. Probablemente, a pesar de la empática actitud de  Kafka, la niña de la muñeca, habrá tenido la ocasión a lo largo de su vida de enfrentarse a la pérdida. Por eso, entiendo que las mentiras piadosas sólo se pueden aplicar, cuando el niño no tiene la suficiente edad para afrontar ciertos hechos. Por eso también, es importante que los padres sepamos, cuándo es el tiempo de dejar que nuestro hijo se enfrente a sus demonios sin compasión, ya que  muchas veces les creamos castillos que se derrumban con ellos dentro.

Y yo me pregunto con los tiempos tan duros que corren, ¿alguien sabe qué hacer con nuestros niños de ahora? Estos niños que han nacido con las consolas y crecido con toda una alta gama de tecnología en sus manos. Que han disfrutado de vacaciones y entienden de marcas, que han viajado fuera de España en sus viajes de estudios. A esos jóvenes  que empiezan unas carreras con un futuro incierto, ¿tendríamos que decirles que somos más pobres? y ¿hasta cuánto de pobres?

Hace poco, vi un estudio de una  televisión americana, en el que los padres colocaban al pié del árbol, como regalo de navidad, un plátano. El propósito era estudiar la reacción del niño. Lógicamente la mayoría mostraba incredulidad, pero cuando la situación se alargaba, los críos pasaban del enfado  a la ira. Las niñas mostraban mejor capacidad de reacción, pero la respuesta en general era de rechazo hacia el regalo y en algunos casos, pegaban a sus padres.

Por eso, yo me pregunto ¿qué hacemos con estos niños que han disfrutado de un tipo de vida que vamos perdiendo a marchas forzadas? ¿Tendríamos que contarle una historia absolutamente irreal como el padre del holocausto nazi, o intentar reconvertirle la realidad como hizo Kafka? ¿Les mentimos piadosamente para que no sufran, o les mentimos para que no nos peguen?

 Mi opinión es decirles simplemente la verdad por dos razones, la primera es que los niños tienen una gran capacidad para admitir la verdad, si se le plantea con naturalidad; y la segunda...  no sé si como dice el Evangelio, la verdad nos hace libres, lo que sí creo es que nos fortalece.



                                                                                                                          V. Abad



1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo. Las mentiras son mentiras las digamos con piedad o sin ella.
    Mejor una medio verdad??

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