viernes, 5 de octubre de 2012

"El planchazo"



 


                                 
                                           Sección Lavar y marcar (13)



No me canso de repetir que mi peluquería es excepcional. Se encuentra en un barrio céntrico que me encanta, con unas amplias aceras por las que se puede pasear. Los edificios nuevos se armonizan con las casas antiguas, dentro de un trazado de paseos y arbolados de principios de siglo XIX.

 Hoy he aparcado el coche en batería, justo debajo de la casa que me entusiasma. Es un edificio antiguo muy bien conservado, donde siempre que paso, suelo mirar  el piso de la entreplanta, a pocos metros de la acera. Desde ella se puede observar un amplio salón con techos altos, ribeteado de una elegante escayola. La decoración es impresionante, donde se conjuga el minimalismo de los muebles y  las paredes lisas, con la riqueza  de las cenefas del techo y la carpintería de madera antigua, con pesadas contraventanas que se recogen en acordeón. Es un piso que me encanta, lleno de luz y con una energía que llama poderosamente mi atención.

Según me voy acercando, veo que  me reciben en la calle, la pija, la todóloga y la jolines, con sus capas negras, sus papelitos de plata y sus pelos llenos de pringue. La visión no es muy normal, a mi me recuerdan a esos mimos que disfrazados de lo más variopinto, permanecen impasibles hasta que les echas la moneda. La diferencia es que, éstas no necesitan monedas para moverse, dos de ellas fuman con avaricia, mientras Antonia larga con la misma avaricia.

-Buenas tardes, -les saludo al pasar.

La escena no acaba aquí, pues no hay más que entrar para ver que todo lo que acontece se acerca más a una escena de teatro de vanguardia que a la realidad. En el interior tenemos a Mati con su imagen habitual, es decir, nuevo look. Lleva el pelo muy corto peinado hacia un lado, con un flequillo largo, tornasolado, lleno de finísimas mechas de colores cayendo en disminución sobre su oreja izquierda. Está en la caja haciendo números, ¡pobre Mati! ¿cuadrarán con la que está cayendo? Cuando levanta la cara para mirarme, reconozco que le sienta bien el cambio y, aunque en la calle no deje de llamar la atención, dentro de su cubículo encaja a la perfección. En cambio, no le sienta tan bien el chaleco dorado que se ha plantado encima del largo blusón rosa que utiliza para dar los tintes, pero ella es así, tiene que poner un punto discordante dentro de ese caos uniforme.

 Aquí nada es corriente, la misma Yoli empieza a despuntar con sus pantalones “cagados” y su larga trenza de pelo, que parte desde unas patillas ligeramente afeitadas hasta terminar en la cintura. Es el influjo del ambiente y también de su relación con tikismikis.

Hoy está la socia amiguísima,  Neus, que siempre aparece cuando se la necesita y se ocupa de hacer las transformaciones pertinentes a Mati. Dicen que son amigas desde que, en los comienzos, trabajaron juntas en otra peluquería. Después, Neus se hizo representante de productos ecológicos y socia capitalista de la peluquería, pero no abandonó nunca el oficio, y suele sustituir a Yoli o a Ángela cuando éstas no están.

Tampoco se puede afirmar que su aspecto sea muy común. Es una mujer andrógina con el pelo cortísimo, estrechos pantalones ajustados a una delgadez extrema, casi siempre vestida de negro y con el casco de la moto en la mano. Tiene una sonrisa acoplada en una cara de rasgos afilados, más bien duros, de esas sonrisas que parecen decir que entienden el mundo pero que no te lo van a contar, como no podría ser de otra manera siendo amiga de Mati. Yo la llamaría “la risitas” pero no tengo ni voz, ni voto, ni tan siquiera mote.

Me gustaría poder decir que el aspecto de Sandra, la prota, mientras le hace las manos Yoli, se aproxime a la normalidad, pero no es así. Alexandra, con esas piernas largas, esa falda corta, esa blusa roja, ese bolso caro, rodeándole la cabeza una toalla a modo de turbante, parece la jequesa de Qatar. Es bellísima, pero no es una mujer usual, así que deduzco que mi incorporación  en el escenario aporta al decorado una porción de mediocridad.

Según van entrando las fumonas me acerco a la jolines –Antonia, cómo va tu hermano- le pregunto por educación, pues yo sabía que estaba bien pero no habíamos  coincidido desde el bautizo de Esparpaco.

-Bien, muy bien –me contesta remilgada, con una caída de ojos.

-Siento tanto todo lo que pasó –continuo con gran esfuerzo- me asusté muchísimo por él…

-Ya, ya… está mejorcito –me  corta nerviosa.

-Miriam, ¿qué te vas a hacer? –la pregunta del millón de Mati, mientras me aparta hacia la zona de lavado.

-Pues poca cosa ¿no?, peinar, me cortaste la semana pasada –le recuerdo.
–Antes de nada voy a pasar al baño –le indico con cierta premura ya que tengo una menstruación galopante-, y tú me dices Mati.

Me dirijo hacia la puerta del baño que está al final, a la izquierda, esta vez cubierta por el dichoso biombo ambulante, y entro para salir inmediatamente, al advertir que me he dejado los tampones dentro del bolso.

-¡Vaya hombre!–escucho a la jolines. –¿de qué va ahora preguntándome?
Como si le importara mucho… si tiene la sangre de horchata. No me extraña que su marido le haya hecho cuatro hijos sin enterarse… -decididamente estaba hablando de mí, por lo que  el corazón empezó a latirme de manera convulsiva, bombeando sangre agitadamente hacia arriba y hacia abajo.

-Lo que a mi me extraña es que otras puedan concebir hijos, bueno será eso concebir, porque de disfrutar ni hablamos... –le contesta la prota atacándola con descaro.

-¡Ay Antonia! ¡jopelines! -le suelta Mati- Cuánto me gustaría que hablaras bien de alguien, sobre todo por ti.

Me vuelvo a meter en el baño, sentándome frustrada encima de la tapadera del retrete. Espero no sé muy bien a qué, lo que sí sé con seguridad, es que no puedo salir hasta que no resuelva mi excesivo grado de perturbación.


                                                                                                         V. Abad

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