viernes, 16 de mayo de 2014

Cuando ves que te ven




Este post está dedicado a una  ensayista que publicó una obra  a sorbos de tazas de chocolate. De nombre relacionado con la Epifanía del día 6 de enero y  apellido de un gran ilustre de las letras españolas del Siglo de Oro, a ella le dedico mi más sincero reconocimiento.




Estimada escritora,

A pesar de  ser la novela negra  uno de mis géneros preferidos, género que, por la lista de títulos publicados manejarás con habilidad; el destino ha querido que te descubriera como  ensayista novel en tu obra presentada a primeros de abril,  la cual me ha hecho experimentar cierta estupefacción.

Si la lectura del título, el cual no voy a revelar,  me llamó la atención por ser yo, como tú, yonki de ese manjar tentador, irresistible cuanto más negro y más amargo, la sinopsis me sumergió en una escena curiosamente “familiar”: dos amigas  antagónicas hablando de lo divino y humano en torno a una taza de chocolate. De inmediato y con una curiosidad que se iba tornando en aprensión según pasaba las páginas,  comencé a leer tu libro…

Sé que los escritores sentís la necesidad de nutriros de todo lo que os surge en la vida, sois muy triperos, y creo que tu voracidad se ha paseado por este humilde blog, porque en tus palabras he descubierto personajes, perfiles y situaciones que han podido inspirarse aquí. Mi peluquera, mi sabio filósofo, mi particular manera de ver la vida materializada en cada post se encuentran en tus páginas, convirtiendo la lectura de tu libro en un viaje sobradamente conocido para mí. Tu obra es pura reminiscencia platónica, donde no sabría decir quién de las dos, tú o yo, representa el mundo sensible o el inteligible.

Como bien sabes, lo primero que manifiesto en esta tu casa, que es mi blog, aquí, donde posiblemente hayas penetrado hasta la despensa; es la afirmación de que las ideas no son de nadie sino que emanan de una fuente de creatividad universal. No quito ni una coma, yo abro mi casa para quien quiera disfrutarla, punto. Así que  mi discurso no es un reproche sino  un desahogo y te diré por qué.

Tú, que te muestras pesarosa al hablar de ti más de lo que quisieras porque para eso eres la narradora, acabas por descubrirme a mí, poniéndole mi nombre a la idea que posiblemente hayas recogido de este blog. En las primeras hojas y para que el lector no se asuste de que va a comenzar a leer un ensayo declaras:

“Si acaso, Marta y yo vendríamos a ser eruditas a la violeta: un par de mujeres con tintura superficial de ciencias y artes, aficionadas a la humanidad en zapatillas”



Tomas la idea y la bautizas con el nombre de su inventora para explicarla, eso sí, en minúscula marcando la sencillez del procedimiento, muy bueno…  

Podrías haber dicho eruditas a la bernarda, a la ambrosia, o a la salustiana, aunque no había otra manera ¿sabes por qué? porque estaba el nombre de la autora tan encarnado en el concepto que no fuiste capaz de separarlos, y eso es un signo inequívoco de que pasaste por mis pensamientos y de que me leíste antes que yo a ti.

Claro que podrías contestarme que estabas haciendo referencia a la obra del siglo XVIII del escritor José Cadalso, titulada "Eruditos a la violeta", casualidad que te viene al pelo para matar dos pájaros de un tiro. Algunos escritores os las sabéis todas, sin embargo la obra de ese insigne prerromántico hace alusión a los intelectuales superficiales y seguro que tú no querrías dar esa imagen de ti misma y de tus personajes. 

A pesar de todo, no me gusta que me mencionen y mucho menos que me saquen del armario y si bien pensabas que nadie iba a conocerme, yo sí me reconocí. Deberías saber, como buena filosofa, que el mundo es un pañuelo.
Aunque pueda parecerte nimio, ponerle mi nombre a la manera de tu proceder me desagradó y de ahí parte el motivo de este post, comunicártelo pero desde mi territorio y no a través del correo electrónico que dejas caer en el interior de tus páginas para tus seguidores. Así, si vuelves a cobijarte bajo mi techo y repites la lectura de mis escritos, quiero que te reconozcas en mí, como yo lo hice en ti, esta vez sin nombrar a nadie porque está feo.
Querida amiga, muchas casualidades hay en este encuentro, incluso en lo que no quedó dicho. Será que tenemos la misma forma de ver el mundo, que soñaste conmigo o que al final todos somos Uno y eso me ha vuelto paranoica. Pero no puedo decir que te guardo rencor, más bien tendría que darte las gracias porque es un honor que mi buen hacer te haya sido útil y también porque has sido un acicate, una aguja afilada que ha explotado la burbuja confortable que me mantenía en un tedioso letargo. Me pusiste en la picota sin saberlo, me arrancaste del área de descanso… ¿y ahora qué?
De momento te regalo  esta cita de André Maurois:
“La lectura de un libro es un diálogo incesante en el que el libro habla y el alma contesta”.
 Mi alma pues, te ha contestado. Gracias

                                                                                              V. Abad

1 comentario:

  1. alitara55@gmail,com1 de junio de 2014, 14:47

    Pues si Violeta, esto es lo que ocurre cuando se tienen ideas originales y brillantes, que la gente suele "cogerlas". Tu respuesta se encuentra a la altura de tus relatos, simplemente inmejorable.
    No obstante, a mi se me ocurre una palabra muy simple para definir lo ocurrido: plagio,

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