-Buenos días
¿puedo entrar? – Pregunta tímidamente una señora
mayor a una funcionaria de la Administración.
-Sí pase, ¿dígame?
Buenos días
-Mire, quería
saber cómo va el pago de una subvención que tengo
pendiente con ustedes, es que me hace mucha falta.
-La funcionaria de
mediana edad se arma de valor una vez más para preguntarle sus datos, deseando
que no sea otra de las muchas personas a las que tiene que negarle la
ayuda.
-Por favor me da su
número de carnet de identidad…
-La empleada comprueba
con frustración que sus sospechas son confirmadas.
–Pues tengo que darle una
noticia - le dice dubitativa- vamos a archivarle la subvención porque no hay presupuesto.
La señora lleva
ropa barata con cierta elegancia. Detrás de sus arrugas
aparece un rostro juvenil con un corte a la francesa que le da un
aspecto moderno.
–¡Ah! No.
–Responde con gesto adolescente poniéndose la mano en
la mejilla- no me diga, pero… ¿cómo es eso?
-Verá, está
la cosa muy mal y no tenemos fondos para hacer los pagos.
-Pero estaba aprobado y
me abonaron la primera parte, no lo comprendo.
-Ya –contesta la
empleada desde la relativa seguridad que le da su puesto fijo y la
fragilidad que le supone un sueldo cada vez más mermado.
–Mire, yo siempre digo que sólo se puede contar con las
ayudas de la Administración para hacer hucha,
porque éstas se pueden retirar por ley en cualquier momento.
- ¿Puede
escribirme esto en un papel para contárselo a la comunidad de vecinos?
-No, cada uno de ustedes
recibirá la notificación debidamente cumplimentada con acuse de recibo –le
responde en un lenguaje meramente administrativo
-Y no pueden ustedes, por
ejemplo, interrumpir el pago para hacerlo cuando haya dinero?
-Las instrucciones son
archivar.
-Y no podemos hacer nada?
-Una vez recibida la
notificación, le damos plazo para presentar recurso… pero
primero espere a que le llegue la comunicación.
-¡Ay! –suspira-
No sabe lo mal que lo estoy pasando señorita. Tengo una
pensión muy baja y dos hijos en paro que van a perder sus
casas ¿qué hago yo con 74 años? contaba con
ese dinero para ayudarles. Sé que hay gente todavía
peor, pero yo ya no puedo dormir, -explica sin perder la sonrisa.
- Sí,
hablamos continuamente con personas que se encuentran en situaciones parecidas
-responde la funcionaria con un forzado desapasionamiento.
-No hay trabajo, a mis
hijos se les acaba el paro, llevan dos años ya. Hoy mi hijo
tiene una entrevista para vender, tiene que dar de comer a mis
nietos. Mi hija, separada con una niña. Es horrible… no sé
cómo vamos a salir. Esto va a acabar mal.
-No
mujer -le contesta la funcionaria ante la presión de la
anciana–, esto terminará en algún momento, todo es
pasajero, hay que mantenerse porque es un mal general…
-Bueno, pues ya sabe,
recibirá la denegación de su ayuda en breve –le
vuelve a repetir la trabajadora para salir de la cercanía y del silencio que
se ha creado, temerosa de que la empatía le pueda jugar una mala pasada.
-Una entrevista para
vender… -dice la señora pensativa- mi hijo que no sabe ni
hablar.
-Ahora lo que más
sale es para comercial –le responde la empleada. –Cuál es
la profesión de su hijo? Le pregunta con la convicción
de que está a punto de perder pie.
-Pues era conductor de
grúas y de esto de camiones pesados de la construcción…
como ya no hay obras.
-¿qué
edades tienen? Sigue preguntando sabiendo que es mejor callar.
-Pues 40 y 43 años,
y cerca de dos años buscando algo, no encuentran nada –vuelve
a repetir.
-Tendrán que
reciclarse, hoy en día no se puede tener una sola profesión.
-Y qué les puedo
decir yo. Mire no sabe cómo me siento, a veces cuando me
cocino algo rico me digo ¿cómo puedo hacer esto –hace
el gesto de coger algo con las manos y se lo lleva a la boca- y mis
hijos sin poder comer?
De repente a la empleada
le brota aquella señora Francis que escuchaba en la radio a
la hora de la merienda, y en un
alarde de arrebato comienza a hacer justo lo que no quería, se dirige a su interlocutora diciéndole:
-No, no, no, usted no puede sentirse
culpable de comer. Ya nos han culpabilizado bien de todo nuestros
políticos. Me figuro que habrá trabajado durante toda su vida para educar
a sus hijos, haciendo lo que debía, por eso tiene un piso y una
pensión. Ahora ellos son adultos y tendrán que luchar
como lo hizo usted cuando fue joven.
-Ya, pero son mis hijos.
- Sí, pero el
problema es de ellos, no suyo.
La funcionaria siente la
mirada inquisitiva de la anciana, como preguntándole : ¿usted
sabe lo que me está diciendo?
-Yo soy madre, también
–le dice adivinándole el pensamiento- los hijos tienen que
asumir sus problemas y nosotros apoyarlos, pero nunca sentirnos
culpables de lo que les ocurra. Su hijo es un adulto, tiene salud y
dos manos para sacar adelante a su familia, y usted, a pesar de los
pesares, tiene derecho a ser feliz y además se lo merece.
Ya está, ya lo
había dicho… estaba harta del mismo mantra de la
culpabilidad, una anciana culpable de su derroche y del derroche
de sus hijos ¿y qué más? La empleada
recomponiéndose comienza a apuntar una dirección y se
la da a la anciana
–Mire, esto es una
oficina en la que asesoran a parados, incluso a veces les llegan
ofertas de trabajo. Funcionan con cita previa y a lo mejor pueden
hacer algo por ellos. Esto se lo doy a título personal, pero
no espere grandes resultados. Lo importante es no quedarse quieto.
¡Ah, sí!
–contesta la anciana de vuelta a sus modales joviales - puedo ir yo
ahora mismo?
-Usted no. Sus hijos
-Muy bien, gracias
–responde doblando el papel de la dirección- ¿Sabe? -
le dice la anciana mirando a la funcionaria– allá donde
voy, siempre me encuentro con gente buena, lo que me ha dicho… -se
interrumpe, acompasando la mirada con una sonrisa cómplice-,
se lo agradezco de veras.
-Gente buena hay en todas
partes, –responde la empleada algo emocionada- sólo
hay que distinguirla, es lo mejor de la crisis. Espero tenga mucha
suerte.
Ádios, buenos días
y gracias otras vez –le contesta la mujer, saliendo grácilmente
por la hilera de asientos mientras va sonriendo a todo funcionario
que se encuentra a su paso detrás de las mesas.
V. Abad