El nacimiento de la filosofía se dio en las calles de la antigua Grecia donde se exponían de manera natural cuestiones esenciales de la propia vida. Posteriormente esta labor se convirtió en una actividad individual que fructificó en múltiples disciplinas, las cuales han ido mostrándonos desde distintas perspectivas la complejidad de nuestro universo. Entonces el pensamiento como tal, se enajenó del mundo corriente para ser propiedad de unos cuantos afortunados que tuvieron la posibilidad de acceder a él. En este viaje a lo largo del tiempo, la filosofía se ha ido diluyendo de la vida, quedando circunscrita a la actividad académica y poco más.
Sin embargo las cuestiones existenciales del ser humano siguen estando ahí. Las preguntas sobre el por qué y para qué, permanecen en nosotros. Las incógnitas sobre el sentido de nuestra existencia atraviesan irremediablemente el curso de nuestras vidas. Cada día, al levantarnos, de manera consciente o inconsciente, experimentamos el vértigo de nacer al nuevo día. Nos esperan perspectivas, elecciones, problemas, decisiones, posibilidades… La actitud que adoptemos será clave y para esto, solo puedo decir que el conocimiento filosófico será esencial.
La filosofía es la madre de las ciencias pero además, es orientación. Por medio de ella podemos descubrir las relaciones de coherencia entre nuestro mundo interno y externo, y así poder actuar de manera consecuente. Favorece la resolución de problemas, no planteados como conflictos, sino como dilemas de la vida, como proyectos. Nos puede enseñar a mirar más allá de la superficie, de lo que nos aparece como evidencia, para penetrar en la profundidad de lo esencial.
Sería un sueño devolver a la vida el diálogo filosófico para enriquecer nuestro espacio vital, retomar la libertad de aprender a pensar de manera natural y participativa sobre lo que nos ocupa y preocupa, sintiéndonos dueños de nuestros pensamientos, responsables de nuestras acciones y sujetos de nuestras vidas.
V. Abad
V. Abad