“Me enseñó la misma
filosofía a depender de mi propio sentir más que de los juicios de otros, y a
cuidar, no tanto de andar en las lenguas maldicientes, cuanto de no decir ni
hacer yo mismo algo malo”
G. Pico Della Mirandola
Hace unos días, recibí un airado comentario
en el post titulado: “Yo soy filósofo”,
post de los más visitados, en el que un parado aporta su singular opinión sobre
los problemas de la vida. Como tal comentario, además de ser anónimo, era una
sentencia que no dejaba lugar a réplica sobre lo que es filosofía y lo que no lo es, me he permitido borrarlo (*), pues en mi entorno prefiero que permanezca lo
discursivo, lo constructivo y el buen rollito. Sin embargo, esta es una buena
ocasión para hacer una exposición, que no ensayo, como seguramente diría el
irascible desconocido, acerca de lo que es
filosofía para mí.
El hecho de que una persona se
levante por la mañana para hacer el acto de subir la persiana de su ventana, y
sienta la libertad de decidir lo que va a hacer en cada instante, es ya una cuestión
filosófica, porque potencialmente, tendría la capacidad de reflexionar sobre el origen de su decisiones, basadas
seguramente en unas creencias que fueron incorporadas en algún momento de su
trayectoria personal. De todo ello, también existirán unas consecuencias que
marcarán el rumbo y el sentido de su vida. Claro que todo esto parece que se
hace mecánicamente, pero siempre hay una primera vez que marca esa mecánica de
su pensamiento y un juicio que los pueda reforzar, modificar o eliminar.
Resulta que mis convicciones son,
que cualquiera puede practicar la mayéutica sin conocer el significado de esta
palabra ni saber quién era Sócrates, lo
mismo que se puede experimentar la angustia y el existencialismo desconociendo
autores tan relevantes como Kierkegaard o Unamuno; y lo verdaderamente importante es contarle
a esas personas que han tenido las mismas experiencias que aquellos gloriosos
filósofos porque, al final, todos tenemos procesos parecidos ya que la esencia
del ser humano siempre es la misma. Es una manera práctica y amable de acercar un
conocimiento un tanto árido a la gente de a pié, igual que lo hizo Sócrates en
las plazas y en los mercados.
Parece ser que con esta forma de
hacer, resulta difícil especificar dónde se encuentran los límites de lo que es
filosofar, pudiéndose caer, tal vez, en el
error de la “filosofía del todo”, un saco llenos de cosas a las que se les
llama filosofía: “falacia gratamente
acogedora para otorgarse un título”, en palabras del fatuo comentarista. Pues
bien, a mí también me gustaría hablar de la falacia del que se siente con la
autoridad de decir a los demás quién es filósofo y quién no lo es.
Bien es verdad que el discurso de
las personas corrientes con respecto al de las ilustradas puede parecer mucho
más banal, dado que no se cuenta con las nociones del lenguaje o conocimiento de
las que dispondría un erudito, pero eso no les excluye del acceso a ese trocito
de sabiduría cotidiana, toda vez que aplica su particular cosmovisión de la vida.
En situaciones cotidianas se
puede uno preguntar sobre la felicidad, el mal o la muerte, con la misma trascendentalidad
que Santa Teresa descubría a Dios en los pucheros, sin necesidad de tratar estas cuestiones
desde atestadas bibliotecas u oscuros despachos académicos, en los que el
pensador narcisista (claro que, afortunadamente no todos) estructura atalayas mentales que le
hacen sentirse distinto, por el mero hecho de dirimir problemas que se podrían
tratar con la misma naturalidad desde entornos corrientes. La diferencia entre
él y yo sería que “corriente” significa
para mí “natural”, mientras que para
él representaría lo vulgar, enemigo acérrimo del excelso pensar.
Comprendo que para el esforzado dios del Olimpo filosófico,
mi posición pueda ser anatema, teniendo en cuenta lo esenciales que pueden ser
sus interminables disquisiciones, las cuales se debatirían en foros endogámicos
lejos de lo ordinario (sinónimo de “bruto”
para él, “habitual” para mi) siendo
así que yo me preguntaría entonces ¿para qué la filosofía?
¿De qué me sirve que domines el
concepto, si vas a mantener una actitud
altiva en la creencia de que eres superior? Si el hecho de autodenominarse
filósofo significa enrocarse y dar recitales a los que no lo son ¿dónde residirá
el vínculo del saber mutuo?
El error del filósofo narcisista reside en que, creyéndose tocado por la varita de la inteligencia para
explorar, que no descubrir, los enigmas de la naturaleza, se enreda en análisis puristas sobre lo que está dentro o fuera de lo filosófico, buscando la verdad para
poner etiquetas y no para construir. Recordaré lo que se supone simboliza la palabra
filosofía: amor a la sabiduría.
Querido anónimo podrían no
interesarte las vivencias de este blog, también me podrías negar un
título, pero nunca sabrás del pensamiento
y sentimiento de respeto que guardamos hacia la filosofía el conductor de la
fila del paro y yo, así que gracias por tus palabras que me han llevado a profundizar
sobre mi inconmensurable amor al saber, ese que tu autosuficiencia te ha impedido comprender. V. Abad
(*) Ante la insistencia de los lectores de este blog de querer ampliar la información para comprender mejor el contenido de este post, me veo obligada a transcribir literalmente las palabras del comentarista anónimo por medio de las cuales queda retratado:
(*) Ante la insistencia de los lectores de este blog de querer ampliar la información para comprender mejor el contenido de este post, me veo obligada a transcribir literalmente las palabras del comentarista anónimo por medio de las cuales queda retratado:
“Parece escrito por alguien que no sabe un carajo de filosofía. Tan
sólo un par de conocimientos rudimentarios de manual que todo el mundo maneja,
y luego, se dan a conocer como "filósofos" y peor aún, para
desprestigio de las personas que realmente son filósofos, llaman 'filosofía' a
cualquier cosa que escriben, justificándose, obstinados, en un:"Es
que la filosofía es todo". Falacia gratamente acogedora para otorgarse un
titulo”.