Cada mañana me preparo para dar
entrada al nuevo día con la máxima atención, pues la vida desprende magia y no
debemos perder detalle. El saludo agradable o desagradable de las personas que
voy encontrando a mi paso, evidencian mi
estado de ánimo, porque lo que creo ocurre fuera de mi, resulta que ya ha sido
fraguado en mi interior. Ahora sé que no hay fuera ni dentro, que toda la
realidad habla de mí, me delata. “Conócete a ti mismo”, dijo Sócrates, a lo que
yo añadiría, salvando las distancias con tan insigne pensador: “ conócete,
mirando hacia el exterior”. Un análisis intrínseco a partir de lo extrínseco.
Ayer tuve un encontronazo con una persona a
primera hora, un mal empiece para ambas, hoy le he dado los buenos días con una
amplia sonrisa. Ahora que soy consciente de que entre ella y yo no existen límites, que se me
aparece para verme, tengo la obligación de perdonarnos por el bien de las dos.
Una de las muchas causas de que
no existan límites, es la existencia de
unas juguetonas neuronas que ocupan varias zonas de mi cerebro. Fueron
descubiertas por casualidad y bautizadas como “neuronas espejo”. Ellas son las
responsables de la comunicación no verbal, creando un canal de información que
implica la imitación. Se cree que fueron el origen del desarrollo del habla
y son altamente empáticas, pues tienen la capacidad de transmitir fácilmente emociones
positivas o negativas, de una persona a otra. Cuando sonrío a alguien, ese
alguien sonríe conmigo, y al contrario. Cuando lloro ante alguien, ese alguien
llora conmigo, y al contrario. Veo reír porque siento la risa dentro, lo mismo
que veo llorar, así es cómo funciona el espejo, sin embargo hay mayor
excitación ante situaciones agradables.
Después de esto, es importante
señalar que nuestras conductas y acciones activan los cerebros de los demás por
medio de estas neuronas que extienden caminos, puentes, y senderos
acompasándose con el otro, como cuando te acoplas a un grupo de danza Tai Chi
sin saber los movimientos y terminas fundiéndote en ella con todos. Es la
conversión de la dualidad en el UNO.
Así pues, si mis neuronas espejo
son tremendamente contagiosas, existe la necesidad de meditar sobre mis actos
por la importancia del valor que ejercemos en el cerebro de los demás. Es una
reflexión trascendental puesto que somos
responsables de nuestra interactuación con las personas y de su resultado;
de ahí la necesidad de lavar las heridas curando pacientemente las dolencias de
la comunicación.
Mi reflexión me lleva a pensar
que las neuronas espejo son herramientas del bien, las semillas del amor plantadas
en cada cerebro para fundirse en el del otro y sanar las almas de los dos.
V. Abad