Tal vez Carlos no comprenda nada
de lo que le está pasando, pero es consciente de que le ocurre. Cada día se ve
obligado a hacer un alarde de valor para coger su coche y marchar a trabajar.
Él, que no tuvo un solo día de síndrome posvacacional, ni una tarde siniestra
de domingo fin de fiesta, camina
arrastrando los pies hacia la puerta, en un acto de voluntad para no salir
corriendo.
Atrás quedan las ilusiones
perdidas, los muchos días de entrega, los estímulos creativos que hacían de su
profesión algo motivador y atractivo compensando cualquier sobreesfuerzo. No
había más satisfacción que el trabajo bien hecho.
Él, que lleva escrito en su ADN conseguir
el alimento de su familia por medio del buen hacer y que la base de su crecimiento
reside en ello, hoy siente que no es nadie. Porque cuando consigue entregar lo
mejor de sí mismo en aquello que se supone es su trabajo, se desintegra en el
ninguneo zafio de los que mandan ahora.
Llegaron después, con su posgrado de
una escuela capitalista que escupe gañanes de medio pelo, sin la categoría
moral de los que les precedieron. Escualos pendencieros y coléricos que
utilizan el grito y la descalificación para desarmar al compañero más brillante,
para humillarle con el fin de situarse un palmo por encima de él. Cobardes, cagados
que ostentan un poder perecedero y en su precariedad eximen el mando con la
fuerza de un cíclope, en la convicción de que tienen que
mantener aquello que ni les pertenece, ni se merecen.
Carlos, se siente una nutria en
un desierto y por propio convencimiento rechaza convertirse en alacrán, por eso
todos los días calcula en unas hojas las posibilidades de una jubilación aún lejana,
haciéndole prisionero de un puesto de trabajo que ya no le llena. La
desesperanza se cuela por sus heridas abiertas día a día, a golpe de veneno y
hostias. ¡Cuánta ignorancia! ¡Cuánta injusticia!
En este momento no posee la
serenidad del pensador, tan solo la paciencia del sufridor para soportar lo que
no está escrito. Sabe que como él, los buenos profesionales de su edad
contratados en las grandes empresas privadas o en las administraciones, obedecen
a incultos plegados al poder, amarrados al yugo del resultado, de la
optimización, en una inútil batalla de ganarle tiempo al tiempo con frases como
“quiero esto para antes de ayer”. Un patrón de esclavitud trasnochado, sin horarios, sin derechos, recuperado por los
mandamases europeos del norte, modelo de economías emergentes orientales que ha
invadido el espacio vital del alegre ciudadano del sur.
Carlos en su desconsuelo, no ve
el fin de esta situación producto de un
invento llamado crisis que emite el esquizoide mensaje de recortar para
consumir, esclavizar para rentabilizar, mientras crece la brecha entre ricos y pobres;
esos ricos que contratan carniceros de la ética para cubrir su más perniciosa
avaricia.
Ante este desastroso panorama,
existen personas que ansían la jubilación diciendo a los jóvenes, “yo ya he cagado el mundo, ahora os toca
comerlo a vosotros” ¡Qué gran verdad! Hemos defecado un mundo a una juventud a
la que dejamos endeudada, que emigra con sus buenos títulos en las peores
condiciones, que trabajan y piden créditos para pagar sus estudios. A aquellos aún
menores de edad, que conscientes de las dificultades de sus padres para darles
comida y techo, marchan a la escuela con libros usados, y tienen el uso de
razón suficiente para detectar lo que es justo de lo que no es.
Ahí están, llamando a la puerta y
lejos de esta actitud de los desesperados de abandonarlo todo, habrá que
compartir sus sueños, aportar la experiencia de Carlos y gente de su tiempo, porque
estar en el lugar equivocado no resta valor; muy al contrario, su generación
tendrá que dar la mano a las novatas, saltándose el trecho de la
estupidez y la sinrazón de los que menospreciaron la inteligencia. De ahí aquel
gran número de mujeres maduras que a sabiendas de su esterilidad, apoyan en las
manifestaciones a esas otras más jóvenes, contra una ley del aborto castradora
y abusiva, o la aparición de los yayoflautas en el 15M. Es la llamada a la
responsabilidad de los que creen estar al borde de la cuneta. Pasado y futuro
para construir el presente.
Así pues, gracias al ritmo
cíclico que gobierna el universo, se irán los borricos con su necedad y llegarán
los jóvenes de las décadas venideras con los que hay que trabajar codo a codo. El
talento dará la mano al talento para el imperio del sentido común, y serán Carlos
y sus contemporáneos, aquellos que una vez apostaron por un cambio en este
país, los que con su acervo existencial, compartan los valores de una nueva generación que
ansía su momento de libertad.
Pero eso él no lo piensa aún, de
momento sufre pacientemente a la manera de occidente con un esquema de
esclavización de oriente. Ojalá fuera oriental, pues esperaría serenamente, a
ver pasar el cadáver de sus verdugos y recuperar el derecho a soñar.
V. Abad