Hace unos años esperaba con
cierta curiosidad la llegada del libro electrónico. Yo era de una de esas personas que mantenían distancias respecto a este avance tecnológico, pues me costaba
aceptar que se pudiera leer algo sin
sentir el tacto especial de las páginas en las manos. Tenía rechazo hacia la idea de un utensilio lleno de
publicaciones a la carta, que oscurecía, cuando practicamos el arte de la
lectura, ese culto al objeto en sí mismo,
que es el libro de papel. Eso pensaba.
Sin embargo, y a pesar de mis
reticencias, fui de las primeras personas de mi entorno que tuvo su flamante
Papyre como regalo de cumpleaños, por lo cual, una vez controlados los
prejuicios y aprendido el manejo de los
archivos y los distintos formatos (que había muchos menos, todo hay que decirlo),
pude comenzar a disfrutar de sus ventajas.
Recuerdo un verano que estaba leyendo
una conocida saga de seis libros en el que la pantalla "petó", surgiendo en mi la
desesperación, pues era tal el apego a ese artefacto de función cuasi perfecta,
que llegué a pensar que ningún otro podría sustituirlo. Después llegó la rueda
de distintas marcas y modelos que iba descartando según el uso, hasta que di
con el que actualmente conservo. Sin embargo la enojosa experiencia me
demostró la necesidad de abrirnos y subirnos
al carro de los adelantos para disfrutar
de sus ventajas.
Ahora me siguen encantando los
libros en papel, pero necesito a mi amado Ebook para vivir, ya que, siempre a
la cabecera de mi cama, forma parte de mi vida cotidiana. Tal es la identificación
que tengo con él, que cuando me voy de vacaciones y tomo el sol mientras leo, se pone moreno. Si, lo he dicho bien, ¡MORENO!; con
la luz del sol se va oscureciendo la pantalla de tal manera que tengo que ir leyendo un poco más rápido, para
que se vuelva a aclarar con el salto de página, o buscarme una sombra para que
no se repita el curioso fenómeno.
Seguramente existirá una
respuesta técnica a esto, aunque yo prefiero creer que mi libro se mimetiza
conmigo respondiendo, al igual que mi cuerpo, a los efectos solares. Me encanta
pensar que es la prolongación de mi misma y que entre él y yo existe una mágica alianza.
Así que nos marchamos juntos, él con su
fundita de piel, yo con mi bikini, a ligar bronce y a disfrutar de las miles de historias que nos quedan por
compartir, hasta la reaparición de un nuevo artilugio que vuelva a hacerme la vida más fácil.
¡Felices vacaciones!
V. Abad